La noche comenzó con una carta leída en video por Karol. Ella llegó a Panamá a los cinco años, con el blanco y celeste de la bandera nicaragüense en el corazón, como relataba en su carta. Llegó con su familia, con poquísimas pertenencias y mucha nostalgia. Empezaron su nueva vida poco a poco, integrándose y construyendo un futuro. Once años después, Karol y su familia han sumado la bandera panameña a su corazón. Su historia fue una de las dos que el público conoció esa noche.
Forma parte de “Con amor desde Panamá”, un proyecto que reúne relatos de personas refugiadas y solicitantes de asilo sobre sus experiencias de desarraigo y el camino que están reconstruyendo en el istmo. Puede verse en YouTube.
La actividad que convocó al público fue la conmemoración del Día del Refugiado, con la presentación de Puentes de Esperanza, una pieza de danza contemporánea creada por los alumnos y maestros de Fundación Espacio Creativo y su programa Enlaces, que confía en el arte como herramienta para transformar la vida de niñas, niños y adolescentes. La velada fue organizada por ACNUR, con el apoyo de Ciudad del Saber, que brindó el Teatro Ateneo para la presentación.

Cuando el hogar se convierte en un lugar que te dice ‘huye’
La puesta en escena de Puentes de Esperanza no comenzó en tarima. Empezó entre el público, por el pasillo. Los bailarines caminaban en fila. Había jóvenes y adolescentes. Unos iban en silencio, otros se expresaban con sus manos. Semejaban a los desplazados que nos hemos acostumbrado a ver en las noticias. Avanzaban, algunos perdían fuerzas y eran sostenidos por los más grandes. Aceleraban el paso hasta que el movimiento se volvía una huida. La música retumbaba, y de pronto, unas palabras rasgaron el silencio y la penumbra:
Nadie deja su hogar hasta que su hogar esen una voz que le dice:‘Vete, huye de mí ahora.No sé en qué me he convertido, pero séque cualquier lugar es más seguro que éste’.
La coreografía estuvo acompañada por los versos de Hogar, de la poeta somalí Warsan Shire.
Una segunda carta
Otra de las cartas compartidas esa noche fue la de Shirley, quien huyó de la violencia en su país y, al llegar a Panamá, fue etiquetada —sin conocerla— como trabajadora sexual. Pasó por muchas dificultades hasta que alguien la llevó a una institución que se convirtió en su red de apoyo y la ayudó a ver el mundo de otra manera.
Junto a otras mujeres, fundó Madres en Acción, un grupo que quería alimentar a los niños de su comunidad. Al principio, solo tenían crema para darles. Un día, un niño le dijo: “Esta es la primera cremita que me tomo”. Así nació el nombre del comedor comunitario Mi Primera Cremita, que hoy alimenta a más de 100 niños en San Miguelito.
“Yo no vine a pedir, vine a ser parte”, dijo Shirley esa noche.
El evento hizo énfasis en un mensaje clave: ser refugiado no es una elección. Es una consecuencia de conflictos, persecuciones o violencia. Y detrás de cada cifra —hoy más de 122 millones de personas desplazadas en el mundo— hay rostros, familias, nombres.
José Egas, representante de ACNUR en Panamá, lo resumió así: “Las personas refugiadas no buscan caridad, sino una oportunidad para reconstruir sus vidas con dignidad”.
Añadió que en Panamá hay más de 11,000 personas refugiadas o solicitantes de asilo. Llegan desde Colombia, Venezuela, Cuba, Nicaragua, El Salvador. Llegan con miedo, sí, pero también con sueños, fuerza y ganas de aportar.

Obra de Fundación Espacio Creativos y su programa Enlaces. No es la primera vez que Enlaces prepara una obra para el Día de los Refugiados.