Cuando en Japón una compañía comete un tremendo error, raro sería que no llamara a una conferencia de prensa para pedir perdón públicamente. Allá, como en otros países de Asia, eso se toma muy en serio.

No basta un comunicado de prensa. El presidente, director o el ministro debe inclinarse, con cara seria, varias veces. Toda esta ceremonia tiene que venir acompañada de hechos: sanciones, renuncia y hasta la entrega a la justicia.

Acá incluimos en el cajón de las rarezas noticias como la del presidente de Korean Air, que en 2014 ofreció públicamente disculpas por el mal comportamiento de su hija, que expulsó a un tripulante de cabina por servir mal unas nueces en un vuelo.

Para esos padres los malos actos de sus hijos son su responsabilidad. En Occidente también, pero antes que pedir perdón es más probable que mandemos al hijo al extranjero para que huya de la justicia.

Nada repara una muerte, pero demostrar arrepentimiento sincero ayuda a sanar heridas.

Allí están nuestros diputados. Y digo nuestros porque les votamos. Manejaron mal fondos públicos, pero ¿quien de ellos ha salido a disculparse? ¿Quién ha dicho “las cosas se hicieron mal, vamos a corregir?”. Prefieren poner la cara dura. No niegan el delito, pero están dispuestos a hacer de todo para que no se les investigue ni se les sancione.

A mucha gente se le debe una disculpa. No recuerdo quién pidió perdón a las víctimas del dietilenglicol o a los bebés afectados por la heparina en la Caja de Seguro Social.

Si nos vamos más atrás, ¿quién pidió perdón a las víctimas de la invasión? Estados Unidos no, por supuesto. Ni siquiera limpiar las áreas que dejaron plagadas de bombas han querido. Ni los militares panameños se disculparon nunca con los huérfanos y las viudas. Manuel Antonio Noriega quería clemencia en sus últimos días, pero no recuerdo escucharlo decir “me arrepiento”.

Si esos no han pedido perdón, menos lo van a pedir los de la empresa que nos dejaron sin agua dos días. Campechana y a veces salvajemente solemos decir qué lástima que en Panamá los políticos corruptos no se suicidan por honor, como hacen en Oriente.

No es eso lo que debemos imitar, sino una cultura de hacerse responsable y dar la cara.