La experiencia más sobrenatural que he tenido me ocurrió una medianoche. Ustedes pensarán ‘obvio’, pero no es lo que creen. Estaba en mi casa, en pijama, tratando de encontrar la cédula juvenil de mi hija. Sí, ahora los niños tienen una identificación. No recuerdo ni para cual trámite me hacía falta, pero era algo importante.

Busqué en el sitio en que debería estar. No estaba. Busqué en mi cartera, en la cartera de su papá, entre los papeles importantes de la casa. Y desde allí todo fue cuesta abajo. Busqué en el librero, en una tinaja donde guardo chécheres, (con perdón de las expertas de la organización) detrás de la peinadora porque podía haberse caído allí. Tengo que confesar que en la casa yo soy la que pierdo las cosas. Y me lo suelen recordar, eso me molesta. Pero allí estaba yo en medio de la noche a punto de darles la razón otra vez.

Estaba por completo desesperada. Volví a buscar en todos los lugares que ya había buscado. Aunque sabía que no la iba a encontrar. También recordé aquello de que cuando pierdes algo es inconscientemente a propósito. Pero yo no tenía tiempo que perder en esos pensamientos. Recordé a una colega que recomendaba pedir a San Antonio  ¿o era a San Judas? que aparecieran las cosas. Se lo pedí y no funcionó. Entonces se me ocurrió una solución desesperada. Iba a buscar en internet.

Desde que mi hija nació he tenido que rendirme al hecho de que en internet hay respuesta para casi todo. ¿No funciona el extractor de leche? Se soluciona con un tutorial de Youtube. ¿No veo por dónde se le echa el agua al juguete bebé llorón para que llore? En internet alguien debe tener la respuesta. ¿Quiero sacar una mancha de slime de la ropa? Allí también encontré la respuesta. Pensé que quizás internet me propondría alguna técnica de hipnosis o algo para recordar dónde la puse. Escribí en la barra de Google: “Cómo encontrar algo que se te ha perdido”.

¿Qué creen? Había varias respuestas. Y, claro, las leí. Encontré una solución, aunque disparatada, pero recomendada por más de dos personas. Me agarré a ella como a un chorro de agua. Debía buscar un lazo rojo amarrarlo y decir unas palabras.

Pocos minutos después empecé a buscar de nuevo. En un cartapacio, que antes había abierto, allí estaba la cédula. Muerta de la risa. Increíble. Después me dio tanto temor que pensé que había invocado a un espíritu o había abierto un portal a otro mundo. No quiero hacerlo más. Pero si tienen curiosidad, busquen en internet.