El área de juegos del Parque Omar se convierte en una boca de lobo apenas cae la noche. No hay luces. Pero los niños son niños y es difícil convencerlos de que es hora de irse a casa. Puntual llega algún miembro del Servicio de Protección Institucional o SPI, a pie o en un vehículo, y anuncia con voz de megáfono: “¡por favor retírense!”, “¡no pueden estar aquí!”.

Sé que es su trabajo, pero uno se siente regañada. La semana pasada volvió a cogernos la noche allí, y cuando se aproximó una agente, uno de los papás gritó: “¡Uy, nos tenemos que ir!”. Y la policía, amable, contestó: “Ay, no diga eso, que parece que los estuviera echando. Es que esta zona, sin luz, se vuelve peligrosa para ustedes; les queremos evitar un mal rato”.

Les dimos las gracias y nos fuimos, rapidito, agradecidos con su empatía y cortesía. La semana pasada nos tocó extraer sangre a Gabriela; fuimos al Hospital Nacional. Vamos allí con don Carlos, que es un experto en niños, pero ese día le ayudó un laboratorista que no conocíamos. Él iba a aplicar “la mariposa”, que es un artilugio que facilita la inserción de la aguja en la piel del niño. ¡Un piquetito! Ya quiero eso para los grandes.

Antes de la extracción, el joven laboratorista limpió el antebrazo de nuestra hija con un algodón empapado en alcohol ¡y salió chocolate! Gaby abrió los ojos asombrada y yo me quería morir de pena. “Tú como que no te bañaste”, le dijo el joven, y luego agregó, con complicidad: “No te preocupes, lo que pasa es que el alcohol, aunque uno esté muy limpio, algún sucio arranca”.

Qué fineza la de ese muchacho, qué manera de hacernos sentir bien. Aunque les prometo: Gabriela se había bañado.

Hace varios domingos, terminábamos nuestro desayuno en Lung Fung, cuando notamos que alrededor una mesera empezó a recoger las mesas. “¡Nos están echando!”, dijo un amigo. Y la verdad es que teníamos rato de estar allí sin consumir, pero nuestra conversación estaba muy buena. La mesera se apresuró a decir: “No se tienen que ir; por favor, solo muévanse a esta otra mesa. Aquí vamos a preparar un evento”. La chica movió nuestros vasos y platos a la otra mesa.

Amabilidad y empatía hacen todo más fácil, y evitan que se agríe el día.