Para celebrar un día especial nos fuimos un domingo a un brunch en un hotel. Llegamos y nos llevamos la tremenda sorpresa de que en medio había una pista de baile. Corrijo, la sorpresa me la llevé yo; a mi hija de cinco años simplemente le encantó. Agarró mi mano y dijo: ‘vamos a bailar, mamá’.

Quería detenerla con palabras: “hija, tu mamá no baila”, “hija, mi baile es de tres con cinco y a mami le gusta hacer las cosas de cinco”, “¡vamos a pasar pena!”. No alcancé a decir nada porque ya estaba en la pista de baile contorsionándome.

Ella me pisó y yo casi la piso, pero no pasamos vergüenza porque mi hija está en esa edad en que aún inspira ternura. Nadie, creo, se fijó en la mamá patuleca.

Días después, aprovechando el verano, Carlos llevó a Gaby al Parque Omar. Era el Día de Reyes y el Ministerio de Cultura, que tantas actividades está haciendo, tenía presentaciones musicales y actividades para la familia.

Cuando regresaron del parque, Carlos me dijo unas palabras que jamás pensé oírle en mi vida —inserten aquí música dramática: “Participamos en un concurso de baile y perdimos”.

La palabra imposible no era ‘perdimos’ sino ‘baile’. “Si quieren ganar premios vengan a bailar con el adulto que los trajo”, dijo el animador del show. Ni corta ni perezosa Gaby buscó a su adulto. Si yo no bailo pues Carlos menos.

Dicen que las parejas se unen en cosas en común. No bailar es una de las nuestras. Lo felicité, pues imagino lo que tuvo que vencer para participar en ese show.

¿Que por qué nos salió bailadora Gaby? Bueno, lo hemos pensado y tiene que ser porque ha ido a cursos de música, ha estado en teatro infantil y en la escuela baila típico. ¡Le encanta! Pero sobre todo porque tiene cinco años, y a esa edad no hay pena.

Puede ser que Gaby no alcance a ser bailarina profesional. Quizás en tres años no quiera hacerlo más. Mientras tanto nos reímos.

Gracias Gaby, por sacarnos de nuestra zona de confort y por contar con tus papás para todo, hasta para bailar.