Le pregunté a la vendedora “¿A cómo los plátanos verdes?”. Me dijo que tres por un dólar. En Calidonia podía comprarlos más baratos, pero no estaba allí, sino en un puesto de verduras y frutas en el Parque Omar.

“Bueno, deme un dólar”, dije resignada. Y la vi poner los tres plátanos y luego agregar uno más. Sonreí. Le pregunté cuánto costaba la papaya, “esa mediana”, y me dijo: “dos dólares”, y se apuró en agregar: “Lo vale. Está buena, dulcita”. Y lo estaba.

Le compré también papas porque me dijo: “estas sí las tengo más baratas que en el súper, le van a salir muy buenas y a rendir bastante”. Así fue.

Además, agregué a mi pedido ajo y limón. “Este limón tiene mucho jugo, se lo aseguro, además el limón es buenísimo para desinfectar, para limpiar el pollo y hasta para la presión”. Ella me seguía convenciendo aunque ya le había dado el dólar por un puñado de limones.

Me fui de allí satisfecha. Dos semanas antes, en ese mismo lugar, aunque con otra dependiente, me enamoré de unas guayabas para mi mamá. Me faltaban 35 centavos para comprar una libra y sin dudarlo la vendedora me dijo: “lléveselas y mañana me trae los 35 centavos”.

No podía creer tanta confianza, era la primera vez que le compraba. Yo iba con ropa de hacer ejercicio, así que ella podría suponer que iba con frecuencia al parque. Pero yo podía ser de esa gente que va de vez en cuando.

El asunto es que esa señora se ganó una clienta. Al día siguiente regresé a pagarle. Y desde entonces prefiero comprarle a ella.

Dice la conferencista de ventas colombiana radicada en Nicaragua Margarita Pasos que nadie le compra a quien le cae mal. Lógico, ¿no? Pero qué difícil ver eso en los comercios: gente esforzándose por caer bien. Tratar bien y establecer una relación con los clientes debería ser parte de cualquier manual de ventas.

Para aquellos que detestan atender personas, les doy una buena noticia: Llegará, y pronto, un día en que la mayoría de los puestos de dependientes no existirán. Las máquinas nos servirán o nos facilitarán servirnos nosotros mismos el café, pagar en la caja y hasta comprar un perfume.

Cuando eso pase, la atención de una persona que te converse y te recomiende será un lujo.