Una persona puede recibir una lluvia de elogios, ser sumergida en una piscina de felicitaciones, pero basta una gota de crítica, para que todo lo positivo que se le dijo pase a un segundo plano. Aquella ofensa, aunque no tenga sentido, es la que queda allí punzante.

Este malsabor se quintuplica con las redes sociales. Alguien me preguntó, hace poquito, cómo lidiaba yo con los comentarios negativos que la gente me escribía. ¿A mí? Tuve que disimular una sonrisa. No soy tan activa en las redes sociales como para tener odiadores, que sería la traducción de haters.

Sin embargo, como periodista, o persona que publica su trabajo y también sus errores con nombre y apellido, por supuesto que me han cuestionado y criticado. Muchas veces con razón.

Quien nunca ha cometido un error en su trabajo es porque quizás no ha trabajado tanto tiempo. Al equivocarse hay que poner la cara, disculparse y aprender para no reincidir.

Pero lo que hoy se observa en las redes sociales con estos señores y señoras odiadores no tiene comparación. En las secciones de comentarios vemos cantidad de gente insultando, sacando sapos y culebras por el simple hecho de hacerlo. Tienen ganas de desquitarse con alguien y lo hacen con cualquiera.

A aquella persona que me preguntó, sobre cómo enfrentar las críticas, le dije: lee el comentario como si no fuera para ti y pregúntate: ¿Es una corrección?, ¿aporta a lo que estás diciendo?, ¿tiene algo de razón?, ¿quién es la persona que lo escribió?

Si esta persona solo ofende, se burla, usa insultos y no argumentos entonces no vale la pena regalarle atención. Se puede corregir y aportar sin agredir. Las personas que son groseras, ofensivas y malvadas  revelan más de sus propias carencias que de quienes pretenden herir.

Eso no significa permitir su atropello. Hay que ponerles un alto y, sobre todo, no darles el gusto de arruinarnos el día.