Hace unos días me encontré en Twitter con un comentario referente al vestuario de las presentadoras de noticias en televisión. A aquel tuit se sumaron opiniones sobre si estas comunicadoras iban muy ajustadas o muy brillantes (¿?). Alguien incluso preguntaba por el departamento de imagen, que dónde estaba, acaso ya no velaba por la calidad de los vestuarios.

Les voy a revelar un secreto: las comunicadoras que ven en las pantallas se visten y se arreglan, casi siempre, solas. Eso es lo que me ha tocado ver en giras y encuentros con periodistas. Para mí eso no les resta. Les suma porque además de hacer bien su trabajo tienen que saber ocuparse, y mucho, por cómo se ven.

Hacer un noticiero no es hacer una película. No se dispone del mismo presupuesto ni tiempo de producción. En los canales hay maquillistas y asesores  de vestuario, pero no un departamento de imagen con el armario de El diablo viste de Prada.

Un noticiero de televisión debería ser juzgado por si informa o no, si presenta diferentes ángulos, si es dinámico, si incluye las noticias que la gente necesita o le interesa saber. No por el largo del cabello; la falta o abundancia de escote y los signos de la edad de quienes hacen el trabajo de dar su cara y voz para que además los critiquen por algo que es accesorio.

Ya sea mirando un noticiero o caminando por la calle 50, me pregunto por qué las personas se sienten con derecho a criticar, ofenderse y hasta burlarse de otros por lo que se ponen.  ¿En qué les afecta?  ¿Les aprieta ese pantalón? ¿Lo compraron? ¿Le pidieron plata para comprarlo? Realmente.  ¿Quién  está mal: la persona que se viste como le gusta o los otros que se amargan el día por ello?

Hemos progresado en tantos aspectos, pero parece que nuestros pensamientos son bien del siglo pasado. Esa creencia de que hay ropa que no es para todo el mundo, esconde que rechazamos ciertos cuerpos. Aunque un  cuerpo parecido sea el que nos devuelva el espejo todos los días.

No, no creo que vamos a vivir en un mundo ideal sin juicios. Pero pienso que ya es hora de que reflexionemos sobre por qué juzgamos a otros y por qué contribuimos a una cultura que ofende y lastima.