Estoy en una  videollamada de teletrabajo, aquí como todos los días.

Estamos ultimando detalles del nuevo newsletter de Ellas. Mi hija de 5 años de edad se cuela ante la cámara con papel y tijera en mano. Le fascina verse en el cuadrito de la pantalla, y suelta esta frase frente a mis colegas en ropa de casa:  “yo estoy allá en el suelo haciendo un collage”.

Con semejantes palabras mi hija impacta a la audiencia. Casi parece que en medio de la cuarentena estoy hasta criando a la próxima Giana De Dier, la talentosa artista panameña que usa la técnica del collage.

Pero en nombre de la verdad, tengo que aclarar que aquí en la casa no estamos haciendo todo el día collage, ni oyendo música clásica, ni leyendo todos los libros infantiles que hemos comprado.  Hemos hecho alguito de eso en estos días, en que el coronavirus nos ha tenido guardados. Bien poquito.

La mayor parte de este tiempo la hemos pasado aprendiendo a compartir la jornada. Yo necesito trabajar (esta columna la escribo mientras mi hija duerme) y mi chiquita necesita que su mamá le preste atención. Quiere que juguemos a las escondidas, al barquito (ella se sube a mi espalda y o me zarandeó en una fingida tormenta) y a Cosqui, ese último es mi nombre clave cuando le hago cosquillas que a ella le encantan hasta llorar. Si me demoro en responder un chat o un email probablemente es que esté en mi papel de Cosqui. Tengan paciencia.

Una cosa es lo que nosotros pensábamos que era el anhelado teletrabajo  y otra lo que es trabajar en casa en tiempo de cuarentena. La espalda se resiente si no tienes una silla ergonómica; el calor te derrite sin  aire acondicionado; que no se te pase la hora de ir la Farmacia, recuerda que hay que poner la ropa y sacarla ¿ya hiciste la comida? Y los niños no paran de inventar cosas. Mi hija ayer quería cepillar los dientes del gato ¡con mi cepillo!, pero eso duele menos que cuando me dice: “¿mamá porqué solo te pasas trabajando?”.

Lo digo, no para quejarme y ridiculizarme, si no porque hay mucha gente que ve las redes sociales y llora. Llora porque los demás parece que llevan una cuarentena digna de una película de Hallmark. Hacen samusas en casa, contemplan el atardecer abrazados con el esposo, y les queda tiempo para  hacer experimentos científicos con los hijos.

Y puedo ser que sea verdad, pero eso es un instante; el resto, lo que no sale en la foto, son los gritos de los chiquillos, la angustia por si mañana seguirá viva la empresa donde trabajas, la bulla del vecino. Tengo uno, que se  cree Freddie Mercury, y mis otros vecinos no me dejarán mentir, no lo es.

Sé que al lado de las cifras de víctimas del covid 19 y al heróico esfuerzo de nuestros doctores y personal que atiende en servicios indispensables, estas quejas suenan necias. Y pueden serlo.

Mientras tanto esperamos. Nadie sabe hasta cuando durará la cuarentena.  Sé que de esta experiencia saldremos diferentes. Vamos a apreciar algunas cosas más y a otras ya no le daremos la misma importancia. Seremos distintos en el mundo post coronavirus. No sé cómo, pero quiero verlo. Quédense en casa para que ese día llegue más pronto y que cuando llegue estemos todos.