“¡Sí hay piña, papaya, yuca, ñame, apio, mazorca, apio..!”, cuando se haga la banda sonora de la cuarentena, al menos en Panamá, habrá que  incluir el pregón del carro de las verduras.

Su letanía, mediante alto parlante, se cuela a diario por las ventanas de las casas, llega a los oídos de los que lloran por el precio de la cebolla y de los que no; de los que dictan conferencias por Zoom y de los que las escuchan. Mientras escribo esta nota han pasado dos carros por mi vecindario.

“¿Será que podemos hacer algo para que no hagan tanto escándalo esos de las verduras?”, se quejaba un profesor universitario que conozco. Quería ver si alguna autoridad podía aliviar su desdicha. Mientras él, todo un catedrático, exponía su magistral clase, se escuchaba de fondo un silbido que antecedía a: “llegaron las papas, los plátanos, el culantro…“.

Estos pick up, vendedores de vegetales y frutas, siempre han existido, al menos en mi memoria. De niña, recuerdo que había algunos que pasaban cambiando naranjas por botella.

Los hay también que venden pescados y mariscos dentro de coolers o en pequeñas neveras repletas de hielo. Nunca falta la tradicional báscula o pesa que ayuda a definir la cantidad y el valor de los productos.

Durante el confinamiento estos carros parece que han aumentado o simplemente es que ahora nos damos cuenta más de su presencia, ya que estamos en casa todo el día.

Vivo es una zona de varios edificios, así que estos vehículos ya saben que tienen que hacer su pregón mediante altavoz, estacionarse y esperar a que las personas desciendan por escaleras o elevadores.

En estos carros también hay que tener un poco de suspicacia porque según los vendedores, que te dicen ‘dígame, mi reina’, todo está fresco y listo para comer. No conocen de piñas ácidas, ni de yucas que no se ablandan.

Gracias a esos carritos, este año pude comer ciruelas, guabas, pifá y mamey. ¿Alguna vez han visto ciruelas traqueadoras en un supermercado? ¿o pifá? Bueno, seguramente en el balde de la señora que las vende en la puerta, pero nuestros supermercados venden muy pocas frutas nacionales.

En algún momento de la cuarentena esos carritos fueron la única manera de conseguir productos frescos. Imagino el esfuerzo de estos señores que van al mercado de abastos temprano y se dedican a ir por los barrios, convenciéndonos de que compremos y de que salgamos.

A aquel profesor que se quejaba del carro de las verduras, y a los muchos otros que piensan que es un mal innecesario les invito a que se lo piensen dos veces.

Una vez fui a entrevistar a la investigadora Gladys Miller en las oficinas del Centro de Estudio de Capacitación Familiar, en Pueblo Nuevo; y en mitad de nuestra reunión se escuchó el característico alto parlante del “Llegó el ñame baboso, la yuca…” yo me sentí muy apenada con la profesora, ¡qué terrible interrupción!, pero ella, con todos sus títulos universitarios y su elegancia, de lo más natural me dijo: “paremos un momentito que los señores también tienen derecho a ganarse la vida”. Y yo detuve mi grabadora.

Ella tenía toda la razón. Tan importante era nuestra entrevista, como poner verduras y frutas en la mesa de alguien;  y ganarse honradamente la vida.