La próxima semana será el Simulacro Nacional de Evacuación. Oficinas del gobierno, escuelas y otros espacios participarán el 13 de octubre de esta actividad que busca enseñarnos a actuar con calma y orden durante una situación real de crisis.
Aprovecho para advertirle a las autoridades que, además de revisar rutas y megáfonos, deberían pelar bien el ojo con un estruendo que últimamente se repite en salones de clase, talleres, conferencias o convenciones y deja a medio mundo con el corazón en la boca.
Ese ruido, señoras, no viene de un trueno ni de una turbina: viene de los vasos. Sí, de esos vasos gigantes de agua que la gente carga a todos lados y que, cuando se caen, provocan un estrépito capaz de despertar hasta al más distraído del simulacro.
Hasta donde entiendo, valen lo mismo que pesan —bastante— y no solo porque mantienen el agua fría por horas, sino porque se han sabido mercadear muy bien.Por ejemplo, los Stanley, los más famosillos, se hicieron virales (no por enfermedad, sino por moda) cuando una mujer compartió en redes que su carro se incendió, pero su vaso sobrevivió. La marca, muy hábil, le regaló un carro nuevo. ¿Qué tal?
Se supone que estos vasos ayudan a generar menos basura en botellas desechables, pero hay quienes se dedican a coleccionarlos. Starbucks, por ejemplo, acaba de lanzar un Stanley negro, elegante, “funcional para la vida diaria”. Siempre que la vida diaria incluya entrenar los bíceps con el vaso.
Ya sé, ya sé. Tengo que quitarme mis lentes generacionales para entender ciertos fenómenos modernos, pero el exceso de cargar agua me parece un despropósito.
Hubo una época —no hace tanto— en que se publicaban artículos alertando sobre el peso de las mochilas escolares: que si encorvaban a los niños, que si les causaba dolor de espalda. Hasta se inventaron mochilas con rueditas para salvar a una generación de esa tragedia. Nadie vio venir que el siguiente problema sería cargar medio galón de agua a la oficina, al gimnasio o al salón de belleza.
Diría que ya va siendo hora de escribir artículos sobre las luxaciones y tendinitis por cargar esos vasos descomunales. Y eso sin hablar de los daños a terceros: cuando uno de esos cilindros se cae, no solo retumba medio edificio, también traumatiza al resto. Toma tiempo concentrarse igual después de oír ese golpe.
En fin. Mientras nos preparamos para el simulacro, convendría pensar también en todas esas pequeñas cosas que ponen a prueba nuestra calma… y nuestro sentido común.
* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.
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