Hace poco, Facebook me mandó una notificación, recordando un mensaje que yo escribí hace cinco años. Me decía que quería compartirme un recuerdo entrañable que yo había subido a la red (esa es su forma de tenerlo a uno enganchado). El recuerdo resultó ser un afiche de una tarde criolla en una iglesia que unos amigos me pidieron promover.

¿En serio, Facebook? Noto tu sarcasmo, pero no me importa. Yo seguiré poniendo, posteando bien poquito en tu red social. Porque así soy yo.

Se suponía que la tecnología iba a mejorar nuestras vidas. Nos iba a tener echándonos fresco. Habría una manito automática que nos rascaría la espalda, ¿no?  Si bien muchas cosas se han facilitado, se ha agregado a nuestra vida el trabajo de tener redes sociales y además actualizarlas toooodo el tiempo.

Usted dirá: “¿Quién la manda?”, “pero, si eso no es una obligación”.

No, no es una obligación como marcar asistencia en la oficina, pero en la realidad, si uno no está en las redes sociales, es como si profesionalmente no existiera. La gente quiere saber de usted y de mí por allí, quiere conocerle más a través de ese espacio digital.

Eso sí, ay de usted si publica algo con lo que las personas no están de acuerdo. Ay de usted si comete el error de beber y postear. Eso es casi tan peligroso como beber y manejar… mmm, pero me estoy alejando del tema. Quiero decir que quita mucho tiempo estar en las redes sociales, preciosos minutos de vida se van como agua en las manos.

¿Qué voy a poner? ¿cómo lo voy a poner? ¿así se escribe esta palabra? ¿no sueno muy pretenciosa? Son preguntas que ocupan mucho tiempo.

Por otro lado está el trabajo de ver las redes sociales de los demás. Esto es como si uno estuviera pendiente de lo que pasa en la casa ajena. Me pasa que entro a buscar un teléfono en Facebook y termino mirando 45 otras publicaciones. ¡20 minutos! Cuando me doy cuenta, me quiero arrancar los cabellos de la desesperación.

Y nunca falta alguien que me comente: “¿no viste que estuve de viaje por Tangamandapio” , y cuando le digo no, insiste: “¿no me viste en las redes?”. No, no la vi. Entonces me mira como ‘pobrecita tú, que no sabes ni qué día es hoy”.

Sin ánimo de desmeritar a nadie, ¿cómo caramba puede uno sacar tiempo para trabajar, criar un hijo, bañarse y además saber todo lo que hacen los demás en sus redes sociales? Perdónenme si no estoy al día.