En serio. Nadie creía que Panamá esa noche, martes 10 de octubre,  iba a clasificar al Mundial de Futbol. ¿A Rusia? ¡Qué esperanza!

Nadie.

Bueno, quizás el 0.1% de los panameños. Entre esos estaba Sarita, mi compañera de trabajo, quien hizo una profecía, aunque no sabía que la hacía: “ya verán, mañana se llevarán la sorpresa y yo estaré diciendo ‘se los dije’.  Y acertó.

Yo solo pensaba: ‘Ojalá. Pero no creo’.

La selección de Panamá estaba en tres y dos. ‘¡Qué digo tres y dos! Tenía que sacar los cuatro números de la lotería, el folio y la letra. Tenía que ganarle a Costa Rica país que ha estado en  cuatro Mundiales, y que ya estaba clasificado. Por si fuera poco tenía que perder Estados Unidos frente a Trinidad y Tobago. ¡Imagínen eso! Anótese allí que Estados Unidos había goleado a Panamá 4 a 0, el viernes anterior; y ha ido a todos los Mundiales desde 1986. Además, los de Trinidad y Tobago ya estaban eliminados. O sea, corrían fuera de apuesta.

Ante ese panorama había que dar gracias si Panamá pasaba al repechaje.

Para mí era día de cierre de Ellas así que mi jornada se estiraba. Oí el gol en la oficina. Ese que ponía a la selección 2 a 1. Había alegría entre los colegas, pero contenida, del tipo de: ‘no nos emocionemos demasiado, vamos con calma’. Muchos fantasmas de eliminatorias pasadas pesaban esa noche.

Yo me fui a casa. Tenía que ir a ver a mi hija. ‘Si Panamá clasifica al Mundial, me daré cuenta en la calle’, pensé.

¡Vamos a Rusia, carajo! oí salir de un balcón.  Escuché brincos, gritos, chillidos, televisión a todo volumen en apartamentos y casas. Una señora que vendía arepas en un carrito me sonrió y me dijo: “que bella esa emoción. Así será para nosotros cuando caiga Maduro”, y me conmovió su comparación, pues entiendo su ansia de ver un futuro para su país.

En un taller mecánico,  donde prueban bocinas, hicieron sonar  Patria de Rubén Blades. La radio la tocó esa noche mil veces. Hasta aburrir.

La gente en sus carros empezó a sonar las bocinas. Algunos bajaban los vidrios para saludar a quienes estábamos en la calle: ‘Vamos al Mundial’. Lo decían como si fuera la mejor noticia del mundo. En ese momento lo era.  Había algo en el ambiente, una alegría, un júbilo.  Y aunque no soy futbolera se me erizó la piel.

Me acordé de don Alvaro Sarmiento que siempre me dice: “el fútbol une, Roxy”.  Esa noche lo sentí. La gente se llamaba por teléfono, se chateaba, amigos ticos llamaron a los panameños para felicitarlos, como si fueran ellos los clasificados. Por primera vez en la historia, Panamá iba a un Mundial. Quise correr a escribir de ello. Pero me contuve, pensé: mejor lo guardó para noviembre. Y aquí está.

La clasificación no borró la corrupción, no eliminó los tranques, no convirtió en infalibles a los jugadores, ni mejoró mi opinión del técnico Bolillo,  no eliminó las diferencias que tenemos.

Pero esa noche todos fuimos Panamá.