Una vez a la semana acompaño a mi hija a su curso de idiomas. Ya me sé de memoria las cafeterías de la zona, sus mejores mesas y los capuchinos más decentes para hacer tiempo mientras ella estudia. Uno de esos días descubrí que en el mismo edificio donde se dicta el curso está la Embajada de Corea del Sur.
Desde entonces, cada vez que veo entrar o salir a algún funcionario —y hasta al propio embajador— siento la tentación de detenerlos. Quisiera decirles que me fascina su cultura, su comida, sus series. Pero, conociendo también su formalidad, me parece impropio.
La cosa llegó a otro nivel cuando mi esposo llevó a la niña al curso y, al volver, me dijo con asombro:—¿Sabías que en ese edificio está la embajada de Corea? —
Y él agregó, en broma:—Si veo al embajador, voy a decirle que nos encanta Guerra de cucharas, ese programa de cocina en Netflix con cien chefs en competencia, y que admiramos a Byung-Chul Han, el filósofo coreano-alemán.
Porque así es la ola coreana: llega de mil maneras. Ya no es solo K-dramas o idols. Hace poco Netflix triunfó en los cines con una película. No estaba firmada por un director famoso ni tenía estrellas conocidas. Se trata de una animación coreana protagonizada por cazadoras de demonios: Kpop Demon Hunters. El público ha ido a verla una y otra vez. Rumin, la cazadora de larga trenza violeta es imitada por chicas grandes y pequeñas, como en el útlimo show de talento de la escuela de mi hija donde se cantó Golden.
La película habla de amistad, música y de los fans —la savia de cualquier artista—. Yo leía las reseñas del fenómeno en The Wall Street Journal, El País o The New York Times, pero a mí nada de eso me sorprendía. Conozco bien el genio de los artistas coreanos y cómo han sabido llegarnos a través de sus historias, cultura y comida.
Gracias a ello se me antoja el kimchi y el soju. Tengo ganas de ver la torre Namsan iluminada, de conocer la isla de Jeju y a las Haenyeo, esas mujeres legendarias que practican pesca submarina en apnea.
Así que, embajador, disculpe si un día lo detengo en la entrada del edificio o no lo dejo subir al ascensor. Quiero agradecerle lo mucho que Corea ha contribuido a mi vida, y lo mucho que enriquece también tantas otras.
* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.
* Suscríbete aquí al newsletter de tu revista Ellas y recíbelo todos los viernes.


