‘Monstruos, eso es lo que usted va a encontrar en su nuevo salón de clases. Así que prepárese’.

Palabras más, palabras menos, así fue advertido un joven Marco Pignataro en la primera escuela a la que fue a enseñar. Como educador recién graduado, y así pasa en Estados Unidos, dijo, sabía que al inicio de su carrera le asignarían escuelas en comunidades económica y socialmente desfavorecidas. Pero nunca imaginó algo tan grave como lo que le dijo quien había sido por décadas maestro de música en esa escuela.

No había pasado dos semanas cuando él maestro descubrió que sus alumnos de música no eran monstruos, eran niños. En el Panamá Jazz Festival 2023 Marco Pignataro, saxofonista, compositor y apasionado educador, dictó la clase magistral sobre Pedagogía del Desempeño Global para el Nuevo Milenio, donde contó esta anécdota personal.

Las enseñanzas de Pignataro aquella mañana de enero eran para un público de jóvenes entre los que había maestros de música y aspirantes a ello. Quienes enseñan música, dijo el conferencista, tienen un punto a favor y es que a casi todo el mundo le gusta la música. Es raro escuchar a alguien que diga: “nunca oigo música”. Para gustos los géneros, pero siempre hay un tipo de música que encanta a todos.

Pignataro cree que una clase de educación musical debe ser para que los niños y niñas disfruten la música, no tiene cabida aplicar una disciplina intensa, rígida que asfixie, sobre todo, el interés por la música. Eso no suele ser tan difícil.

Pero a la hora de enseñar a tocar instrumentos, hay que encontrar un balance para que el aprendizaje de las técnicas no se convierte en una barrera.

El músico y educador contaba que ha hablado con jóvenes estudiantes de música que dejaron el violín, el piano y muchos otros instrumentos cuando las clases se volvieron una rutina tan exigente en la que ya no disfrutaban la música, porque todo se trataba de lo que no hacían bien y lo que no lograban dominar.

Y si bien el salón de clases es un lugar donde se va a aprender y para ello se necesita establecer límites, estos nunca deberían ser tales que impidan que alumnos, y también profesores, disfruten de aprender.

Los profesores que más recuerdo son aquellos que amaban lo que enseñaban. La profesora de español que nos narraba los cuentos de Edgar Allan Poe como si los estuviera leyendo por primera vez, el profesor de música que tocaba el piano en sus horas libres, la profesora de geografía que nos contaba fascinada la osadía de los exploradores que descubrieron el polo sur.

En el exceso de rigurosidad de llenar a los estudiantes como un chorizo se olvida que la educación debería ser un espacio para provocar curiosidad, interés, ganas de saber más. En unos será más que en otros, pero será.


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