Aterricé a buena hora, pensé. La fila de migración en el aeropuerto de Tocumen con el letrero de ‘Solo panameños’, o algo parecido, estaba vacía. Si no tuviera 10 horas de vuelo encima habría brincado en un pie.

Saqué mi pasaporte y se lo entregué al agente. Él respondió pidiendo mi Código QR de vacunación, que es como un certificado de salud en la era del Covid para viajar.

Por supuesto que yo lo tenía. Imposible era olvidarlo. Mientras hacía los trámites en internet, para el viaje en avión, una y otra vez me apareció el recordatorio para llenar los formularios de salud. Hay que hacerlo a la ida y a la vuelta. No se puede tomar de relajo ese requisito.

Una semana atrás, cuando salí de Panamá, vi a una señora muy enojada porque no iba a poder viajar. Sapos y culebras salían de su boca. Su señor esposo, y compañero de aventuras, caído en desgracia, no se había puesto la vacuna que le faltaba y no tenía Código QR que mostrar. Debía quedarse en tierra, inmunizarse y esperar 14 días para tomar el vuelo.

Compadecí a esa señora y agradecí no estar en su enojado pellejo. Así que yo llevaba mi QR bien guardadito en mi teléfono. Lo revisé varias veces para asegurarme de que estaba allí ¿a dónde iba ir? Hasta había cargado la batería del teléfono en el avión. Bonita iba a quedar yo si el teléfono no encendía por falta de carga. Solo me había faltado imprimirlo, pero no conseguí impresora durante el viaje. Aún así, según yo, iba bien preparada.

Triunfante saqué mi teléfono, con 70% de batería, y ¿qué creen? en la pantalla me apareció un mensaje de actualización. Decía algo así como guardando archivos temporales, ni sé bien, solo vi que el proceso iba a tomar tiempo: 2%, 3%, 7% … No podía ser en otro momento. Tenía que pasarme esto en la fila de migración. Creo que el teléfono se estaba riendo de mí. El agente no se reía.

Le enseñé el celular. Estoy segura de que él ha visto de todo en ese trabajo. Cual experto en informática, me dijo: “¿Y no lo tiene guardado en la galería de fotos?”. Busqué, pero no lo tenía. Mientras el teléfono, sin prisa, seguía en 19%, 22%… Miré atrás y la fila de panameños ya no estaba vacía. Me había convertido en esa persona, que nunca falta, y que siempre tiene un embrollo que atrasa toda la fila. Bueno, no me iba a estresar. Con paciencia escuché al agente mandar a la gente para otra fila, mientras se resolvía mi caso. 50%, 55%…

Agradecí que esto me pasara de regreso y no llegando a mi destino de viaje. En Panamá lo peor sería que me retuvieran un rato, pero al menos ya estaba en casa. Mientras tanto el teléfono se terminó de actualizar y yo pude mostrar el código.

Al menos esta experiencia me quedará como anécdota de mi primer viaje después de dos años sin volar.