La negación es una de las estrategias más antiguas del ser humano. Es esa capacidad innata de construir una realidad paralela, de poner un velo sobre lo que está a plena vista. Pero, ¿por qué insistimos en este autoengaño? ¿Por qué nos volvemos ciegos ante lo que es tan claro para los demás?
La respuesta, en su más profunda esencia, no tiene que ver con una falta de visión, sino con una dificultad mucho más dolorosa: la de descubrir el dolor de la equivocación.
Creemos que la negación nos protege. Pensamos que, si no miramos el problema, este simplemente desaparecerá. Nos convencemos de que podemos moldear una situación a nuestra voluntad, aunque los hechos griten lo contrario.
Se manifiesta en esa relación que sabemos que está rota, en el trabajo que nos consume y no nos satisface, en los hábitos que nos dañan. Invertimos una cantidad inmensa de energía, como el que se esfuerza en mantener una casa en pie cuando los cimientos ya se han desmoronado. En seguir recibiendo en casa a quienes nos hacen daño a nuestras espaldas sólo porque son “familia o amigos”.
Trabajamos duro, no para solucionar el problema, sino para tapar la evidencia de que nuestra idea, nuestra esperanza o nuestra apuesta, estaban equivocadas.
Y es aquí donde reside la verdadera ironía. La negación, en su intento de evitar el dolor, lo perpetúa. Nos atrapa en un círculo vicioso de desgaste. Nos convertimos en los únicos defensores de una mentira, lo que nos aísla y nos desconecta. Mientras tanto, el problema que intentamos ocultar no desaparece; de hecho, crece silenciosamente.
Aquello que pensábamos que podíamos controlar, se vuelve un peso insoportable que nos asfixia. La verdad no solo se hace más evidente, sino que su eventual caída se vuelve más estrepitosa y difícil de manejar.
En este punto, la única salida es la valentía. La valentía de soltar las riendas, de dejar de tapar, de permitir que las cosas sean como son, incluso si eso significa un colapso más rápido. Es un acto de profunda humildad y autoaceptación. Es decir: “Sí, me equivoqué. Sí, esto no es lo que quería”.
Al permitir que la realidad se manifieste en su forma más cruda, nos damos la oportunidad de empezar a sanar. La caída es rápida y dolorosa, sí, pero es definitiva. Es el final de un capítulo que no estaba funcionando, liberándonos para empezar uno nuevo.
Elegir la verdad sobre la negación es el camino hacia la liberación. Nos ahorra años de esfuerzo y angustia mental. Nos permite reconectar con la realidad, con las personas que pueden ayudarnos y, lo más importante, con nosotras mismas.
No hay vergüenza en equivocarse; la verdadera derrota está en negarse a aprender de ello. A veces, la acción más poderosa no es la de construir, sino la de soltar. Y para concluir, perdonar el proceso que ha tomado será esencial, cada persona es un mundo, solo tú sabes por lo que has pasado!
Desde aquí, acompañando siempre.
¡Buen fin de semana!

