Una de las conversaciones más frecuentes en sesión es el querer comprender por qué alguien hizo algo, o el por qué de una situación.
Desde que amanece hasta que el sol se oculta, vivimos inmersos en un ciclo de “entender”. ¿Por qué sucedió esto? ¿Cómo puedo resolver aquello? ¿Qué significa este sentimiento? Nos volvemos detectives de nuestra propia existencia, analizando cada detalle, tratando de armar un rompecabezas que, a menudo, no tiene una única solución.
La mente se satura. Y en ese proceso de intentar descifrar cada “por qué”, nos desconectamos. Dejamos de ser los protagonistas para convertirnos en observadores distantes de nuestra propia vida. Nos perdemos la textura del momento presente, el sabor de una comida, la calidez de un abrazo, porque estamos demasiado ocupados etiquetando, racionalizando y tratando de tener el control total. Este agotamiento mental, este “burnout” del alma, nos deja vacíos y anhelantes de algo más simple.
Hay un momento en el que el mayor acto de amor propio no es encontrar una respuesta, sino soltar la pregunta. Es un punto de inflexión donde elegimos dejar de pensar para simplemente “sentir”. Este no es un acto de rendición, sino de valentía. Requiere soltar la presión de tener todas las respuestas, de ser el estratega perfecto de nuestra propia vida. Es un acto radical de confianza en nuestra intuición y en la sabiduría de nuestro cuerpo.
Sentir el sol en la piel.
Sentir el nudo en la garganta.
Sentir el alivio de una risa.
Sentir, sin juicio ni etiqueta, lo que está vivo en nuestro corazón.
Esta es la esencia de volver a casa.
Es un regreso al lugar donde no se necesitan palabras para validar una emoción, donde la verdad no se esconde en una tabla de datos, sino en la resonancia de un sentimiento.
La tristeza no necesita ser entendida para ser vivida; el enojo no necesita ser justificado para ser sentido; la alegría no necesita una razón para ser celebrada.
Al elegir sentir, activamos una inteligencia que va más allá de la razón. Conectamos con nuestra intuición, con la sabiduría ancestral que reside en lo más profundo de nuestro ser. Nos permitimos ser humanos, vulnerables y completos, en lugar de máquinas que procesan información. Es una invitación a honrar nuestra experiencia tal cual es, a dejar que la vida nos toque, nos mueva y nos transforme sin necesidad de un guion.
Hoy, te invito a soltar la necesidad de entender y a abrazar la simpleza de sentir. Deja que la mente descanse. Permítete sentir. Pregúntate no por qué, sino “qué” es lo que tu cuerpo y tu corazón te están comunicando. Porque el momento que lo cambia todo no siempre es el que entiendes, sino el que finalmente te atreves a sentir.
¿Qué es lo que estás eligiendo sentir hoy?
Si algo de esto resuena contigo, puedes acceder al reto Dejar ir que se encuentra en mi web aquí: https://www.paulacabalen.com/meditaciones/
¡Buen fin de semana!

