Qué rico empezar un Año Nuevo. Desempolvo de mis archivos una columna que escribí hace unos años y se los comparto de nuevo porque su moraleja nunca pierde vigencia. Y hoy es algo que vale la pena recordar.

Hace unos años me inscribí en un seminario de superación personal. Eran dos días nada más, pero intensivos. Después de escuchar por 48 horas a grandes oradores y conferencistas rellenando mi cerebro impresionable con mensajes positivos e historias inspiracionales, llegué a mi casa renovada, iluminada, resuelta a ser la mejor versión posible de mí misma. Iba a ser una esposa comprensiva y dedicada, una madre sonriente, paciente. Un ama de casa excepcional. Tenía hasta ganas de involucrarme un poco más en la cocina para preparar los platillos deliciosos y saludables que mi familia merecía. No iba a gritar ni regañar porque estaba en una onda de peace and love. Estaba en un nivel de nirvana tal, que si hubiera estornudado, seguro me hubiera salido confeti por las orejas.

Mis hijos estaban un poco confundidos. “¿Qué ondas con mami?”, era el comentario entre ellos, porque la mamá que regresó no era la misma cascarrabias que había salido por la puerta dos días antes. Pero como suele suceder, el efecto se fue disipando poco a poco, y no recuerdo qué fue lo que hicieron los chiquillos 36 horas después que me hizo pegar un grito como los de siempre y revertir a mi estado primitivo preseminario. Cualquier asomo de autocontrol y la fantasía de tener una sonrisa perpetua en mi cara salió volando, expulsado por la ventana.

Por eso no es de extrañar que el siguiente año, cuando anuncié que me iba de vuelta al seminario, mis hijos se rieron, y los escuché diciendo entre ellos “A ver cuánto tiempo le dura esta vez”. Pero a mí no me importa, porque ir a estas cosas para mí es como ir a la perfumería. Aunque no compres nada, algo se te pega. O sea que si no se nota la diferencia de forma instantánea, habrá cosas que pondrás en camino sobre la marcha y se irán manifestando en su momento, por más pequeñas que sean.

Algo así sucede con los años nuevos. Empezamos llenos de ilusiones ante el escenario prometedor que representa un nuevo panorama, pero no pasa mucho hasta que nos flateamos y quedamos igual que febrero del año pasado.

Aférrense a ese sentimiento positivo de renovación. Hay que aprovecharlo y cultivarlo. Es verdad que somos criaturas de hábito y nuevamente revertimos a la rutina, pero si podemos efectuar pequeños cambios que nos enfilen a ir mejorando año tras año, bienvenidos sean.

¡Feliz año y sigamos adelante!