Lo que voy a decir a continuación va a sorprender a muchos. A algunos tal vez les va a parecer insólito, pero aquí va: todas las personas en el mundo tienen un espejo, por más chiquitito que sea, en su casa. Aparte, casi toda la totalidad de la raza humana tiene dos ojos en la parte superior de su cabeza y, la mayoría del tiempo, funcionan.

Por eso, no hace falta, repito, NO HACE FALTA, manifestarle a otros cosas que resultan obvias. ¿Viste que tu amiga regresó de la playa con la marca de sus lentes tatuada por el sol en su cara? Ella ya lo sabía desde anoche, antes de que se fuera a dormir, y lo reconfirmó esta mañana cuando se fue a cepillar los dientes.

No cometas el error de la persona que me dijo “Sarita, ¡te insolaste!”, cierto día en que me cocinó el sol. “¿En serio?”, me provocó contestarle. “Mira que pensaba que el ardor insoportable que siento en mi cara, extremidades y espalda se debe a que tengo súper poderes y creí que había kriptonita por aquí cerca, en algún lado…”.

Hay quienes han desarrollado la capacidad de decir lo que se les ocurra, sin embudo, colador ni filtro. Nunca percibí este fenómeno más que ahora, en que me estoy dejando las canas. La gente que me ve, ¿piensa que no tengo espejo? ¿Qué me volví daltónica? ¿Que se agotó mi color de tinte?

Hace unas semanas llegué al salón de belleza, feliz como una perdiz. Una conocida me recibió con un “Ay, ¿viniste a teñirte?”. No, no fui a teñirme. Fui a hacerme un blower normalito. Pero si estaba tan interesada en saber, muy bien podía esperar y ver sin preguntar…

Pero en este tema nada me sorprende, desde el día que alguien me escribió por Instagram que las canas me harían ver “más vieja que tu mamá”. ¿Qué necesidad hay de decir algo así y tirar un dardo doble: a mi mamá, que se ve regia siempre, y a mí?  

No me animen ni compadezcan, que estos comentarios no me afectan ni me ofenden. Yo sé que mi cabello ahora mismo parece como si una caja de temperas explotó sobre mi cabeza, con hebras en todos los colores. ¡Puedo ver y me doy cuenta de eso! Pero estoy enfocada en un objetivo, y llegar a ese punto es un proceso que toma tiempo, tiempo que estoy dispuesta a esperar. Al final, todo va a estar bien. Y si no está bien, es porque no es el final. Puedo lidiar con eso. Lo que me trastorna más son las personas que hacen comentarios fuera de lugar.

Hay dos motivos por las cuales ocurre eso: porque son mal intencionadas o porque no tienen tacto. No puedo hacer mucho por aquellas que entran en la primera categoría, pero a las otras, les voy a sugerir un truco que nunca falla: si no tienen algo bueno que decir, no digan nada. Y si les cuesta mucho hacer eso, canten, silben o algo.

Las palabras son poderosas. Aunque no escondan malicia, tienen el poder de lastimar. Si nos ponemos a ver, tal vez esa es la razón por la que fuimos creados con dos ojos y una sola boca: para ver más, analizar bien y hablar un poco menos.