Se dice que fue la atracción preferida de las tantas que creó Walt Disney. De pequeña, fue una de mis favoritas también. Décadas después, todavía puedo cantar el coro del tema de Carousel of Progress.

This is the time, this is the best time, this is the best time of our lives… “Este es el tiempo, este es el mejor tiempo, este es el mejor tiempo de nuestras vidas”, cantaban en escena los muñecos en tamaño real que representaban a una típica familia de los Estados Unidos. La producción dramatizaba la evolución tecnológica en el siglo XX a través de las generaciones, y cómo fue transformando sus vidas.

En cada época, las maravillas que se fueron inventando facilitaron la vida de una manera antes inimaginable. Y justo cuando pensaban que las cosas no podían ser mejores… pues llegaba otra innovación más.

La última escena mostraba el futuro. Pero eso que en los años 80 se veía tan distante, como televisores de alta definición, la realidad virtual y electrodomésticos activados por voz, son ahora parte de la realidad. Hola Siri y Alexa.

El futuro ha llegado y mi problema es que no estoy feliz con él.

La semana pasada, primer día de clases del año lectivo 2021, encontré a mis hijos uniformados frente a un aula virtual. Me dirán que eso ya lo vimos en 2020, pero no es lo mismo.

El año pasado no sabía lo que es Zoom. Ni imaginaba que existía. Si bien todo se dio de forma caótica, las clases a distancia fueron la respuesta obvia a las circunstancias. Para mí fue el balde de agua para apagar un fueguito.

Pero si me hubieran anticipado lo que vería 365 días después, me hubiera reído. Ahora que me cayó el cuara, quiero darle vueltas al carrusel del progreso, ¡pero para atrás!

Todos esos años atrás, sentada al lado de mi mamá en esa atracción de Disney, contemplaba fascinada la evolución del mundo y soñaba entusiasmada con el futuro.

Yo quería que la tecnología fuera un complemento, no un sustituto. Que nos enriqueciera, no que nos deshumanizara. Que nos ayudara a ser mejores, no que facilitara nuestra decadencia.

Pensarán que hoy es solo un día después que ayer, pero no. El presente es la suma de miles y miles de mañanas, que se fueron apilando para crear este mundo que, para mi gusto, bordea en lo distópico.

Algo que me reconforta es pensar que todo lo que existe hoy en día, también existía dos mil años atrás. No se rían, que es verdad. Tal vez no habíamos desarrollado los conocimientos necesarios para crearlo ni estirado la imaginación para pensarlo, pero los materiales y nuestros cerebros han estado toda la distancia.

No debemos rechazar el cambio, pero sí anclarlo un poco a fundamentos perennes.