Un pistacho dentro de su cáscara. Eso es lo que creí que había pisado cuando me agaché para recoger algo y escuché el sonido de algo romperse debajo de mi zapato. Solo que no fue debajo, sino en el mismo zapato. El tacón de corcho se había abierto como lo hace la tierra cuando hay un sismo.

¿Saben por qué los zapatos se fabrican en pares? La respuesta obvia es para cubrir dos pies, pero también para que se acompañen en las buenas y en las malas. Descubrí eso cuando desplacé mi peso hacia el otro lado para inspeccionar mi zapato izquierdo y escuché el mismo sonido de catástrofe en el derecho. Si mis zapatos fueran una pareja, sin duda serían Romeo y Julieta: hasta que la muerte los separe.

Qué alivio que estaba en mi casa. No siempre he tenido la misma suerte. Recuerdo la mañana de 2019 en que me vestí impecablemente para ir a calificar la primera ronda de concursantes como parte del jurado de Señorita Panamá. No acababa de regresar a la oficina de mi rendevouz en el Casco Viejo, cuando escuché un clac, clac, clac, con cada paso que daba sobre el linóleo. Se le había despegado la suela a uno de mis tacones. Qué mortificación caminar por la redacción del periódico, hacia mi puesto, con un zapato cojo. Imagínense cuánto peor habría sido este suceso entre mis colegas del jurado y las mujeres más bonitas de Panamá.

Al día siguiente llevé mi zapato herido a la zapatería, y el señor que atendía me preguntó: “¿Y el otro?”, a lo que le respondí que no estaba roto. Me dijo. “Cuando se rompe uno, el otro no demora”. Dicho y hecho, así fue. ¿Ven lo que les digo de juntos hasta el final?

El asunto es que la humedad en nuestro país es bien canalla. Y si la revolvemos con una pandemia y que nuestros zapatos quedaron estacionados indefinidamente en el armario… ¡ayayai! Ocurre lo que me ocurrió la semana pasada.

Al compartir una foto de mis zapatos moribundos en Instagram, me llovieron montones de historias parecidas.

“Eso es un detalle. A mí me pasó en mi primer día de trabajo y se empezó a desintegrar por toda la alfombra de la oficina”, me escribió alguien.

“A mí me pasó en el Riba de MP… morí. Empecé a caminar hacia Mumuso como una Miss y terminé en unas marginales chancletas de caucho”, se lamentó otra.

 “Ayer me sucedió lo mismo en Multiplaza”, comentó alguien más. “Estaba en Mac Store. Salí de allí arrastrando el pie y entré BBB. Me compré unas sandalias para seguir haciendo mis mandados. Después de la vacuna, los zapatos salen a pasear, ¡y qué mal pagan el encierro!”.

 “¿Sabes cuántos zapatos he botado?”, me preguntó una lectora. No sé, pero me imagino que muchos.

A todas les quiero decir que no se sientan mal. La pandemia ha sido una porquis y de sus repercusiones no se salvan ni los zapatos