Comencé a ver Game of Thrones mucho después que la mayoría de sus fanáticos. De hecho, mi columna del 29 de julio de 2016 se tituló Game of what?, y empezaba así: “Lo confieso. Nunca he visto Game of Thrones. En serio. Ni un solo capítulo. No tengo idea de qué se trata…”, y casi tres años después, heme aquí haciéndole barra a la muchachada Stark.

El domingo en la noche me estacioné con mis hijos mayores frente a la televisión. Comenzó el episodio y yo no veía nada. Pensé que el aparato de mi casa estaba defectuoso, después que había algún problema con la señal, luego me moví de puesto, me puse a jugar con las luces… Yo rezongando y mi hijo dizque: “Mami, ya, shhhh”, pero bueno, empezó la vaina. No creo que pueda decir nada que las demás personas que hayan visto este episodio épico no hayan experimentado por sí mismas. Se me empañaron los ojos en varias ocasiones, porque cuando uno lleva tanto tiempo viendo una serie crea un rapport con los personajes, y de pronto, tú también estás en Winterfell. Les digo que al final, cuando mostraron a Jamie Lannister y Lady/Sir Brienne of Tarth vivos, yo estaba sollozando en la manga de mi pijama.

Lo más increíble es que al concluir el programa mi hijo anunció: “Mi primera hija se va a llamar Arya”. Me reí; después de ver ese episodio, hasta a mí me dieron ganas de cambiarme el nombre. Pero hablando más en serio, me pareció formidable la manera en que los personajes femeninos han evolucionado a lo largo del tiempo en las pantallas, tanto, que para mis hijos no es ni siquiera relevante que una mujer sea quien haya logrado la máxima hazaña de acabar con el Night King.

Los personajes femeninos de mi infancia eran capaces, pero pocas veces su competencia y fortaleza estaban a la par de sus contrapartes masculinos. En Superman, Lois Lane era una periodista avezada, pero era el superhéroe quien salía a su rescate, hasta al punto de darle vueltas en reversa al planeta Tierra para girar el tiempo hacia atrás y resucitarla cuando un terremoto la mató.

La princesa Aurora también era intrépida, pero en la serie de anime que protagonizaba era escoltada por Galáctico, Giorgio y Glotín -tres cibernéticos masculinos- hasta el Gran Planeta para restaurar la energía cósmica y salvar a la humanidad. Igual Sayaka Yumi, la piloto de Afrodita en Mazinger Z. Rompió un molde, como lo hizo en su momento la princesa Leia de Star Wars, pero era más bien acólita de Koji Kabuto.

Esas son las películas y programas de mi infancia. Y ahora me hace tan feliz ver que mis hijos están creciendo en un mundo en que, por lo menos en la pantalla, no es extraordinario ver que una mujer logre semejantes hazañas.

Al día siguiente le pregunté a mi hijo: “¿No pensaste que iba a ser otro quien acabara con el Night King?”, y me contestó sin titubear: “Toda la distancia pensé que iba a ser ella. Es el personaje que más ha crecido en la serie, la que mejor se ha preparado, es la más ágil y más capaz para haberlo hecho. Los demás eran guerreros, ¡pero esta era Arya!”.