El locutor sonaba muy entusiasta. Sus palabras me salían por las bocinas como confeti. No recuerdo de qué era la propaganda en la radio, pero me llamó la atención cuando dijo “saca tu banderita y muestra que eres orgullosamente panameño”.

Cada vez que  llega noviembre, yo también le pongo mi banderita al carro, comparto en mis redes un mensaje festivo para Panamá en su cumpleaños, y si me acuerdo, me visto para los viernes típicos en la oficina. ¿Pero saben algo? Eso es celebrar.

Cuando muestras los colores patrios o agitas tu bandera, estás diciéndole al mundo que te sientes feliz de ser panameño, no que estás orgulloso de serlo. Son dos cosas diferentes. El orgullo conlleva una sensación de felicidad, pero lo contrario no necesariamente aplica.

La mayoría de las personas se sienten “orgullosas” cuando llega noviembre, anotamos un gol que nos clasifica al Mundial, nos lucimos con sucesos como la JMJ, o escuchamos Patria de Rubén Blades. Pero el resto del año, ¿qué?

Les quiero decir lo que, para mí, equivale ese nivel de satisfacción.

No manejar en los hombros de las calles. Me dirán, ¿y eso qué tiene que ver? Ya les explico. Cuando alguien rebasa a los demás de esa forma, está mostrando una arrogancia total. Está diciendo que su tiempo vale más que el de los otros y afirma  que se siente superior y/o que las normas son para todos, menos para él. ¿Cómo puede presumir  de un país al que sus acciones desprestigian?

Lo mismo aplica a todas las otras variantes del infame juegavivo que para muchos es sinónimo de ser de por acá. Si el juegavivo te caracteriza, lo siento: simplemente no calificas para manifestar que eres ‘orgullosamente panameño’.

Estuve en Disney para fiestas patrias. Las únicas personas que detecté tratando de colarse en las filas de las atracciones eran, ¡sorpresa! otros panameños. Un país es la suma de un territorio, su gente y sus costumbres. Si tu comportamiento desluce a tu nacionalidad, sorry, le provocas  pena.

Si tiras basura en la calle, no le enseñas valores a tus hijos, eres tacaño con las sonrisas, disparas veneno en las redes sociales, usas de baño los costados de las calles, tu tarjeta de Panapass está perpetuamente sin saldo, en tu empresa (o en tu casa) no le das un trato digno a tu personal… entonces el otro año, cuando regrese noviembre, no digas que eres orgullosamente panameño.

Esta distinción es algo que hay que construir día a día, pensando en qué clase de país queremos tener, y actuar de una forma coherente  para lograrlo.