Ok, antes de que me digan nada, aclaro que sé que perdimos contra Bélgica 3 a 0. Yo estuve ahí y agonicé cada minuto del partido, así como millones de panameños esparcidos por el mundo.

Pero sí, triunfamos, porque a pesar de que debutamos en nuestro primer Mundial contra una potencia deportiva, que está ranqueada como el tercer mejor equipo de la Copa (y nosotros de 32), nuestra Sele se midió de tú a tú contra los belgas, con las piernas firmes y un espíritu férreo.

Los vaticinios nefastos de los pesimistas, esos que decían que nos iban a acribillar 5-0 y hasta 8-0 fueron solo palabras. Nuestros chicos perdieron en la cancha, pero con la honra de haberlo dado todo.

De ese día puedo decirles que lloré desde antes de abordar el avión a Sochi. Ver a tantos panameños llegando de diferentes rincones del mundo para ser parte del momento y apoyar a nuestra Sele, me jaló el corazón.

Conocí panameños que residen en Maryland, Washington y Arizona. Algunos tienen años de no pisar Panamá, pero no se iban a perder esto. El ambiente nunca dejó de burbujear. Reconocer nuestro tricolor en otras personas y detectar panameñadas como awevao era suficiente para acercarte a saludar y platicar.

El día del partido todos los panameños que estábamos en Sochi nos reunimos en el hotel donde se hospedaba la Sele para que sintieran el calor de su gente, nuestra gratitud y alegría por habernos llevado a este día. De ahí marchamos juntos al estadio, con júbilo palpable, cantando ¡Sele, aquí está tu barra! y saltando al ritmo de ¡El que no brinca es belga!

Todos se tomaban fotos con todos; compartí por airdrop [función de los teléfonos para compartir archivos] con desconocidos. Sonará a cliché, pero éramos uno.

El momento culminante fue entrar al estadio Fisht, magno e imponente. Ahí cobrabas conciencia plena de que en verdad estábamos en Rusia, y en cuestión de minutos nuestra bandera se desplegaría por la cancha y nuestro himno nacional se entonaría por primera vez en un Mundial, después de haber soñado con este día por años y habernos repuesto a varias derrotas. Lloré de nuevo; la emoción era demasiada. Es un sentimiento que jamás quiero olvidar.

En el estadio había 43 mil 257 personas. Según me dijeron, solo 4 mil eran panameñas, pero la energía era la de los 4 millones que se quedaron en casa. Cuando la Sele miró hacia las gradas y saludó a su barra antes de iniciar el partido, el rugido nuestro fue estremecedor.

Les digo que cuando llegó el medio tiempo y el marcador iba cero a cero, por un momento incluso soñé que tal vez nosotros podríamos ganar.

No fue así, pero el ambiente nunca dejó de ser festivo. Tres horas después de que se acabó el partido, en la villa olímpica aún había panameños celebrando, bailando y tocando tamborito. Los rusos nos saludaban, nos aplaudían. Algunos belgas se nos acercaron para felicitarnos. Hay que estar hecho de piedra para no valorar todo lo que ganamos con esta experiencia.

Los goles no nos acompañaron, pero igual triunfamos en alcanzar la victoria de estar en el Mundial. Faltan otros partidos por jugar y metas que alcanzar. Ojalá que metamos un par de goles. Como dicen, la bola es redonda y puede girar hacia cualquier lado.

No dudo de que vendrán más mundiales en los que estaremos más curtidos y mejor preparados. Pero ahora estamos en Rusia y vamos a celebrar que en Sochi nos sentimos como campeones.