El pobre piso no hizo más nada que existir. Estaba ahí, destinado a ser pisado y maltratado, por pies descalzos, zapatos sucios, patines, patinetas y bicicletas coladas. Nunca se metió con nadie, pero por alguna razón, cuando mi hermanito se tropezaba, resbalaba o caía, y explotaba en llanto, mi mamá lo calmaba –o distraía- agachándose a su lado, y exclamando: “¡Piso malo! Pau, pau piso”, y entre ambos le daban unas palmadas.

Esa es una de las maniobras que las madres –no solo la mía- a veces conjuraban en su rol de protectoras.

Años después, en una clase de sicología en la universidad, escuché a la profesora confirmar algo que yo ya me suponía: no hay que hacer eso. Pegándole al piso estás trasladando de forma injusta la responsabilidad de lo sucedido. Desquitarse de esa manera, además de no tener sentido, desata sentimientos negativos, en vez de permitir manejarlos de una forma asertiva.

No digo que no hay que tener empatía con los niños, pero sí opino que hay que enseñarles desde pequeños que a veces suceden cosas que nos duelen o no nos gustan, y hacerles énfasis en que si se caen, NO es culpa del piso. A la próxima, que no corran descalzos sobre un suelo mojado.

Afortunadamente, mi hermano creció a ser una persona juiciosa y responsable, no así millones de otras personas con quien nos toca compartir el planeta.

Ya lo he dicho como 20 veces, pero lo diré una vez más: las redes sociales pueden ser increíblemente tóxicas. Pero algo bueno de explorar el mundo digital es que me permite tomarle el pulso a lo que acontece en el mundo, y más importante aún, lo que transpira adentro de la cabeza de las personas.

Lo que he descubierto es que cada vez es más infrecuente vivir alguna experiencia en la privacidad de tu círculo cero. Y que quede dentro de los confines de tu cabeza, es algo irónicamente impensado.

No puedes pisar un Lego y no compartir tu desdicha con el mundo. Y aparte de todo, echarle la culpa al Lego.

A lo que quiero llegar con todo esto es a un video que vi hace unas semanas. Una señora mórbidamente obesa estaba quejándose de la imposibilidad de conseguir una toalla que cubriera su cuerpo completo.

Esto ocurrió en Estados Unidos, y en distintos fragmentos de su video, mostraba los diferentes almacenes que visitó y cómo las toallas que ofrecían alcanzaban apenas para envolver la mitad de su circunferencia. Exclamó airada que esto es gordifobia (no sé si existe esta palabra en español, o cómo se traduce lo que en realidad dijo: fatphobia).

A esta señora, y a todas las que son como ella, quiero decirle que deje de pegarle al piso. Si quiere una toalla que le quede, que haga dieta, cuide su cuerpo, adquiera hábitos más sanos y que adelgace. Si está conforme con su apariencia, y no quiere seguir mi consejo, entonces que use las toallas que hay y deje de quejarse.

Aunque siempre hay espacio para corregir lo que debe ser mejorado, somos nosotros los que debemos de acoplarnos; no esperar que el mundo se acople a nosotros.