Un intento, dos, y luego un Q-Tip para enderezar el camino chueco que dejó mi mano temblorosa. Aplicar el delineador líquido siempre es un reto en mi ritual de las mañanas, uno que no puedo obviar, ni cuando me estoy alistando para reuniones presenciales, como tampoco las virtuales.

Quiero que sepan algo: a lo largo de la pandemia, y durante toda la cuarentena, me quedé en pijama solo dos días: el 12 de marzo de 2020, porque interpreté el plan de #quédateencasa como unas vacaciones forzadas (que pensé iban a durar solo dos semanas), y otra vez que en verdad me dio pereza hacer el esfuerzo. Todos, TODOS los demás días, me bañé, vestí, arreglé y perfumé. No con sudadera, pero ropa de verdad. Y zapatos. Es parte de quien soy, como mejor me siento, y algo que en momentos de desánimo, ayuda a mantener la moral a flote. Yo me ponía lentejuelas hasta para los cumpleaños de mis amigas por Zoom.

Entonces imaginan mi sorpresa un día de febrero, en que me iba a reunir por primera vez con el equipo de trabajo de una respetable empresa, cuando llegué a mi computadora, entré al Zoom y me encuentro con cuatro ventanitas negras, solo con los nombres de mis interlocutoras, gente que nunca había visto ni escuchado. Ninguna hizo el esfuerzo de encender su cámara –sospecho que probablemente estaban en camisón- y me pasé la siguiente hora tratando de descifrar con quién es que estaba hablando.

Miren, yo no soy una experta en etiqueta ni protocolo, pero sí tengo una opinión al respecto y es que es una falla total. Entiendo que las circunstancias nos han puesto barreras, pero que las interacciones en vivo sean limitadas, no quiere decir que tenemos que convertirnos en aborígenes.

Me puse a pensar, y tengo más ejemplos de que nuestros modales han implosionado.

A veces estoy escuchando una conferencia por Zoom. Por más interesante que sea, usualmente uno está apurado por irse apenas concluya. A mí me cuesta contenerme, pero 9 de 10 veces me quedo hasta al final, hasta que el orador se despida y se vaya. Pero la mayoría de los demás huyen. Me da cosita ver en la pantalla las notificaciones de “Zulanita has left the meeting”, “Menganita has left the meeting”, “Paquita has left the meeting”, mientras el orador está dando las gracias… Hey, tengan un poco de finura y denle chance a la gente diga chao como debe ser. Disimulen su desesperación. En un Zoom es fácil. Pónganse a meditar dos minutos. O vayan a la cocina y merienden algo.

El peor de todos mis ejemplos es este. He estado en grupos de Whatsapp para rezar o estar al tanto de la salud de una persona en condición delicada, y lamentablemente fallece. No acaban de compartir la mala noticia y la gente empieza a huir, desertar, correr, abandonar el chat. Oigan, yo también detesto los chats grupales, pero vamos, un poco de sensibilidad no te hará daño ni a ti ni a tu celular. Den el pésame, por lo menos, y cuenten hasta 100.

¿Y qué me dicen de los que te escriben para pedirte algo y ni siquiera saludan primero?

Vivimos tan apurados y enfocados en nosotros mismos, que a pesar de los cables y la tecnología, estamos en realidad desconectados.