Mucho antes de que existiera el PS4, XBox, incluso antes que se inventaran los Nintendo, Sega y Atari, habían juegos electrónicos de bolsillo. Eran muy rudimentarios, con una sola pantalla, y con objetivos muy básicos.

El primero que tuve -y vale la pena mencionar que todavía lo tengo, aunque no sé si aún funciona- era un rectángulo rojo con algunos botones.

Al oprimir el botón de encendido, un Mickey Mouse se animaba en el centro del aparato. El objetivo era apañar con una canasta los huevos que cuatro gallinas iban poniendo en los cuatro extremos de la pantalla.

Al principio iban poniendo los huevos de uno en uno, lentamente, pero conforme iban pasando los segundos, los huevos iban saliendo más rápido, y hasta de las cuatro gallinas a la vez.

Si dejabas caer un huevo, perdías.

Revisando las tareas de mi hijo Gabriel en estos días, recordé de pronto ese juego. Las tareas son los huevos.

Ya llevamos desde marzo con las clases en línea y, sorprendentemente, en siete meses no he sido capaz de dominar la situación. Pronostico que se va a acabar el año escolar y todavía tendré tareas pendientes del primer trimestre.

¿Se dieron cuenta que dije “tendré” y no que mi hijo “tendrá”? Sí, porque esto es un yugo que llevo sobre mis hombros. No es que yo sea la mamá más dedicada del Google Classroom, pero a él no le importa es que ni un poquito…

Un día me senté cerca de él durante una de sus clases por Zoom, y antes de que se terminara, escuché a su maestra decirle: “Qué bueno que te conectaras, Gabriel. Espero seguirte viendo”.

Sonó una sirena mental en mi cabeza. “Gabriel”, le dije con mi tono más ominoso. “¿Qué quizo decir la maestra con eso?”, porque obviamente, para ponerte feliz de ver a alguien, es porque hace tiempo que no lo hacías.

“Ella siempre le dice eso a todos”, me contestó. “¿Tú estás SEGURO?”, insistí con mi mirada de rayos fotónicos, y me dijo que sí.

¿Qué creen? Algunos días después me citó su consejera para hablarme de la inasistencia de Gabriel a sus clases en línea, lo que no entiendo, porque cada vez que entro a su cuarto, lo veo conectado, solo que no sé en dónde.

Ese chiquillo es capaz de hacer cualquier cosa, lo que sea, con tal de no conectarse a las clases o hacer sus tareas en un tiempo oportuno. Desde algo inocente, como ir al baño, hasta una actividad mega estrafalaria, como ponerse a adiestrar una lagartija (esto es verídico. Mi imaginación no me da para inventar algo así).

Hace poco, otra mamá en el chat del salón aconsejó a las demás que soltemos un poco a nuestros hijos. Le respondí, más en serio que de broma, que si lo suelto un poco más Gabriel va a aparecer en Costa Rica.

Quisiera que aprenda a ser más responsable y que esté pendiente de sus deberes, pero si no estoy encima de él, pasa lo que me pasó la semana pasada y descubro que tiene 24 (sí, ¡24!) asignaciones sin entregar.

Después de mucho esfuerzo de mi/nuestra parte, ya solo tiene/tenemos tres tareas pendientes. El detalle es que van cayendo las nuevas asignaciones, así como en el juego de mi infancia.

Ojalá que diciembre llegue rápido, para que esta Mickey pueda descansar.