Horacio, tu partida nos sacudió a todos como hojas de un solo árbol, golpeados por el mismo viento. Una semana después me pregunto, ¿cómo se mide lo especial que fue una persona? Y respondo, por lo especial que hiciste sentir a los demás.

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Una de mis primeras entrevistas importantes para Revista Ellas, fue la que le hice a Horacio Valdes para el especial de Navidad, que publicó en diciembre 2014.

El mismo día que circuló esa edición, me escribió para agradecerme, y de paso alabar mi trabajo. Con el paso del tiempo llegué a entender el valor de ese gesto, que jamás dejó de extenderme, hasta para la nota más pequeña que le publicara.

En los años siguientes, conocí a centenares de personas de todos los caminos y es imposible precisar la cantidad de reportajes que hice. Nunca dejé de sorprenderme que gran parte de mis entrevistados no se daban por enterados ni mucho menos se tomaban un minuto para reconocer, para bien o para mal, el trabajo hecho, una vez publicado.

Horacio tenía un talento mágico, no solo para la música. Recibir su atención era la alegría inexplicable de sentir los rayos cálidos de un sol generoso posarse sobre ti, en un mundo frío y a veces indiferente.

En diciembre 2019 se alistaba para un concierto en el recién remozado Teatro Nacional. Mis hermanas y yo invitamos a mi mamá con la promesa de pasar una alegre velada. Unos días antes, le escribí a Horacio para pedirle información para un artículo que saldría en el Ellas. Me contó de los preparativos y le respondí: “Por fa le mandas un saludo especial a mi mamá”, acompañado de dos emoticones riéndose, porque se lo dije medio en serio, medio en broma.

Me contestó, “Claro que sí. Cómo se llama”, y atónita le pregunté, “En SERIO le vas a mandar un saludo?”, y me dijo nuevamente “”Claro”.

Estar en un escenario, cantando, tocando un instrumento y conquistando al público requiere concentración, pero esa noche, entre canciones, Horacio se puso a platicar con una audiencia entregada por completo, y de pronto preguntó por mí. En palabras breves, se expresó de una manera tan bonita, que me debatí entre pararme a saludar o hundirme en la profundidad de mi asiento. Luego, le mandó el saludo a mi mamá. Ella no podía creerlo, y la verdad, yo tampoco.

Qué privilegiados fuimos quienes tuvimos la dicha de conocerlo.

Las despedidas duelen, y más cuando son una fractura inesperada. Pero como diría él, espabilen, pues incluso navegando el dolor, qué regalo tan grande nos dejó Horacio de poder sonreír entre las lágrimas, recordando su fugaz, pero radiante paso por la vida.