Escuché una pequeña historia, que no por graciosa, deja de ser cierta.

Este señor, llamémoslo Rafael, había salido con una chica muy simpática cuando era joven, pero de adulto se casó con otra mujer. Cierto día, años después, se encontró a su antiguo amor en una pizzería, almorzando con su esposo e hijos, y le llamó la atención lo bien parecidos que eran sus muchachos. Todos sonrientes, con su mejor ropa dominguera, compartiendo ñoquis y berenjena en torno a la mesa… parecían una familia de revista.

Rafael le comentó al amigo con el que estaba: “Si me hubiera casado con ella, ¡mira qué guapos hubieran sido mis hijos!”. Hay que tener mucha confianza, camaradería -o la lengua desconectada del cerebro-, para contestar como lo hizo su amigo, quien le respondió: “Tiene hijos guapos, porque se casó con el otro. Se hubiera casado contigo, y hubieran tenido hijos medio feítos como tú”.

No sé si este caso específico pasó en la vida real, o si alguien sacaría un comentario así de su boca. Porque pensarlo, no tengo duda de que es algo que todos hacemos, de forma continua y sin tregua. Al entretener estos pensamientos en nuestra mente, compramos un boleto de primera clase en un Concorde imaginario al maravilloso mundo del hubiera.

En ese universo utópico, no solo tenemos hijos bellos, sino un marido que les haga juego.  Un título en la carrera de nuestros sueños y un trabajo que paga mucho mejor que el que ahora poseemos.

El dinero rinde, porque está bien administrado. Nunca tenemos que alzar la voz, porque tenemos a nuestros esposos instruidos y los niños bien educados. Además, estamos flacas, con una salud óptima, porque nos alimentamos con lo que mejor nos conviene y no con lo que más nos tienta.

Admítanlo: esta es una travesía que recorremos todos los días. Pero adivinen: las decisiones que tomamos son las que tenemos y por eso debemos concentrarnos en ellas, y no permitir que el hubiera nos distraiga con sus mentiras.

De eso trataba la charla que escuché del rabino Joey Haber, quien sostiene que el hubiera nos desvía de movernos hacia adelante.

“Puedes retorcerte con los hubiera. No te preocupes pensando en si tomaste la decisión correcta. Preocúpate en convertir tu decisión en la correcta, en hacer que funcione”, afirma.

Es como cuando aceptas un nuevo puesto de trabajo. No has ni llegado al primer día y ya empiezas a rumiar las dudas de si debiste esperar, escoger otro empleo, pedir otro salario, solicitar mejores beneficios. “Debes salir de esa mentalidad, y de pensar ‘me equivoqué”, sostiene, ya que a menudo, cuando pensamos en lo que hubiera pasado, solo reemplazamos un componente y no todo el panorama –como en la historia de Rafael.

No puedes cambiar un pedazo del rompecabezas de tu vida y pretender que todo lo demás se mantenga igual. Si reemplazas una sola cosita, quién sabe qué hubiera pasado en verdad.