Cuando recibo un mensaje en el celular o un correo con una palabra mal escrita, me fijo qué tan cerca está la letra errada de la correcta en el teclado, para tratar de determinar si se trata de un error tipográfico o si es que la persona que me envió el mensaje en serio no sabe escribir. Ey, no estoy juzgando a nadie, pero solo quiero saber. Curiosidad.

Tampoco es que me creo Cervantes. A mí también se me van errores de vez en cuando. Si fue apenas la semana pasada que me enteré de que la palabra crujir se escribe así, con j, y no ‘crugir’. Nunca me acuerdo de si somos ‘conscientes’ o ‘concientes’, y a veces me toca recurrir a un sinónimo porque no estoy segura de cómo se escribe la palabra que quiero utilizar y no tengo nadie cerca a quien preguntarle. Pero por lo menos estoy pendiente de lo que escribo y hago el esfuerzo de no acribillar el idioma.

No como otros que andan tecleando abominaciones ortográficas como si fuera una sopa de letras. Por ejemplo: Desías (del verbo decir). Vacasiones (ay, no puedo con esto). Insidente. Acto (ah, me van a decir que está bien escrito, pero no, porque la frase completa era “Fulanito de tal no es acto para determinado cargo público”. Por las cosas que veo, hay gente que no solo no sabe escribir, ¡sino tampoco sabe hablar!

Si el verdadero Cervantes viera las vejaciones a las que es sometida la lengua española diariamente, pues se muere de nuevo. Hay adultos que necesitan volver a la escuela.

Entiendo, pero no disculpo, que en estos días de redes sociales e inmediatez a muchos les da pereza escribir oraciones completas, hacer uso de una adecuada puntuación o detenerse a poner tildes.

Pero hay otros que soplan su mala ortografía a los cuatro vientos cada vez que comparten algo en sus redes sociales. Mi pregunta, o más bien mi conflicto interno, es: ¿los corrijo o no? No quiero caer pesada, ni parecer maestra de primaria, ni hacerle pasar pena, pero me duelen los ojos al ver: omenage, demaciado, agreciones, inposible…

Quisiera evitar que otras personas tengan que ver lo mismo que yo, y de paso, hacer un poco de docencia. Pero después pienso que al autor de esa desgracia ortográfica le puede dar pena que lo corrija, y se me pasa.

Después pienso, ¿y si le escribo por mensaje directo? Pero después digo que va a pensar que soy una sociópata, y también se me pasa.

En fin, no pretendo que todos sean eruditos ortográficos, pero hay quienes acribillan el idioma. Lo destrozan. Lo fulminan. Ay, misericordia, pide la pobre lengua española.