¿Cuántos sicólogos se necesitan para cambiar la llanta de un carro? Ninguno, porque no saben si la llanta quiere cambiar. Jaja.

Este chiste bobo me pareció tan gracioso, que se lo compartí a mi amiga Tammy, quien es una profesional de la salud mental. Ella también se torció de la risa.Eso es un chiste: un vehículo para transmitir humor y alegrar a quien lo lee o escucha. A diferencia de una burla, que usualmente ofende, humilla o discrimina.

Lo que me motivó a escribir esta columna es la turbación que siento, cada vez más, cuando entro a pasear en las redes sociales.

Hace unos días vi un video que compartió un supuesto comediante del patio a quien sigo, y que prontamente fue eliminado de su cuenta de Instagram. En el mismo filmó al conductor del Uber en el que iba, a quien identificó como judío por la kipá que llevaba en su cabeza.

Yo tengo sentido del humor, pero no, este video no me dio risa. Lo sentí humillante para el conductor, algunos de sus comentarios me parecieron sumamente ofensivos, sin mencionar las lamentables insinuaciones que hizo.

Es suficientemente malo cuando una persona promedio difunde contenido como ese. Pero cuando lo hace alguien con más de 200 mil seguidores es peor. Y lo que es peor aun –porque no sé de qué otra manera formular mi malestar- son los comentarios que leí debajo de la publicación posterior que compartió en su cuenta, en la que insultaba con palabras vulgares y en mayúscula, a todos los ‘sensibles’ y ‘delicados’ que se ofendieron con su video.

Habrá quien me diga: “Bueno, si no te gusta, no lo sigas”, pero les diré algo: como comunicadora social siento la obligación de pronunciarme al respecto. No ver algo no significa que no exista, y lo que existe en nuestro entorno -real y virtual- es francamente lamentable.

Creo que el humor no es solo bueno, pero necesario, para aligerar la vida y hacer frente a las situaciones que ella nos impone. Creo en la crítica social, como un agente para concienzar e impulsar cambios. Creo en reírme de las cosas, pero no de las personas.

Un individuo puede ser todo lo cínico y crítico que desee, pero que no se ampare bajo la cobija del humor y que no trate de vestir su ignorancia con diversión.

El orden de nuestro mundo está alterado. Es común ver discursos despectivos y vejatorios, y si alguien con criterio se pronuncia al respecto, entonces es catalogado como retrógrado, sensible o amargado. La reflexión, cortesía y empatía son valores en vías de extinción. Las groserías se han adueñado del lenguaje.

¿Saben qué le pasa a una caja que hace ejercicios? Se convierte en una caja fuerte.

Había una piña colada… y la sacaron de la fila.

Esos son los chistes de los que yo me río. Serán muy malos, pero ultimadamente prefiero tener sensibilidad, que compartir lo que hoy muchos catalogan como humor.