De pronto, el mundo se convirtió en un ring de boxeo. De un lado, se encuentra una opinión, postura, creencia y filosofía. Del otro, todas las demás.

Adentro, como hormigas frenéticas, cada persona jalando para su lado, tirando puños y vociferando.

No sé cuándo el planeta se convirtió en un vecindario tan hostil y problemático.

Hace unas semanas, después de las elecciones en Estados Unidos, compartí una historia en Instagram sondeando quién creían mis seguidores que iba a ganar la reñida contienda. Puse una carita feliz al lado del nombre de Trump, y una carita refunfuñando al lado de Biden.

Al rato, me llegó un mensaje de un desconocido. “¿Carita feliz a Trump?”, me preguntó, a lo que respondí: “Sí”, con un emoji.

“Listo, ¡ya te di unfollow!”, me contestó.

Les digo la verdad, si alguien me quiere dar unfollow, que lo haga. Mi cuenta de Instagram tampoco es un aeropuerto, así que no hace falta que me anuncien las salidas. Lo que no entiendo es qué pasó con dialogar, entender, empatizar.

¿Simpatizar con un partido político desmerita todo lo demás que soy o puedo aportar? ¿Eso me anula?

Mi ejemplo es solo una gota en un vasto océano de intransigencia, que va rebasando sus límites naturales y arrasa tierra adentro.

¿Por qué es taaaan difícil entender que todos podemos tener puntos de vista diferentes, incluso defenderlos con fervor, pero sin olvidar que las posturas ajenas pueden ser igual de válidas? De hecho, escuchar las otras puede enriquecer las propias.

La maravilla de los seres humanos está en nuestra pluralidad. No somos robots ni salimos de una factoría. Somos distintos en nuestras creencias, pero iguales en nuestra esencia.

Ya he escrito de esto antes, pero aún no lo supero. Responsabilizo en gran parte al vertedero ambiguo que son las redes sociales, megáfonos que amplifican pero distorsionan todo. Eso, y la crisis que nos aqueja como personas.

La semana pasada, mi sobrina compartió en el family chat un video de la fiesta de su boda. Hace 11 años, todos nos veíamos tan contentos y despreocupados. Los comentarios no demoraron en aparecer y abundaron las exclamaciones de “¡Parece que fue ayer!”, al recordar ese momento tan grato, y “Wow, ¡cómo ha pasado el tiempo!” al contrastar la cara de inocencia que tenían en ese entonces quienes ahora son jóvenes adultos en nuestra familia. Al final, alguien escribió: “Todos se ven tan contentos y felices. No sé si la vida antes era menos complicada o qué”.

Aunque es probable que en ese breve video más de uno estaba bajo el efecto del alcohol, y sin duda ahora todos estamos subyugados por la pandemia, creo que el mundo sigue siendo el mismo. Con tribulaciones, fenómenos y pandemias. Creo que complicados nos hemos vuelto nosotros.