A veces necesito ayuda para abrir una botella de agua. No puedo hacer ni un push-up, y cuando subo más de tres pisos por las escaleras tengo que sentarme porque quedo con la lengua afuera. Pero no importa: a pesar de estas cositas, sé que soy fuerte.

Cada diciembre hago inventario de lo que el año me dejó, y lo que aprendí en 2018 es, para citar una canción de Aleks Syntek, que “soy yo más fuerte de lo que pensaba”.

No crean que es un superpoder; se trata más bien de uno oculto, que todo (o casi todo) el mundo tiene. Así que no piensen que es una facultad exclusiva mía. Y he aquí el secreto: todos somos fuertes cuando nos toca serlo. ¿Y saben por qué? Pues, porque no queda de otra.

Una vez dejé una olla de las grandotas adentro del horno. Es una receta muy rica que hago para cenas especiales, en que cocino la carne a fuego alto en la estufa, y luego la dejo por horas a fuego bajo en el horno con papas, garbanzos, arroz… Uy, me está dando hambre… OK, voy a enfocarme en la historia.

Cuando fui a sacar la olla del horno, la tapa se trabó con la parrilla de arriba. Jalé para zafarla y el líquido se regó encima de mi mano derecha, quemándome. Ya la olla estaba afuera del horno, en el aire, sostenida por mí. Yo estaba sufriendo, llorando por dentro (en verdad, insultando a las vacas, los garbanzos y las recetas), pero no iba a soltar la bendita olla porque eso hubiera sido mucho peor. Así que aguanté los segundos necesarios para apoyarla en el sobre de la cocina y después ir corriendo al lavamanos a poner mi mano bajo el chorro de agua fría, buscar la sulfadiazina y atender mi herida (que resultó ser de segundo grado).

Y eso, señores y señoras, resume la vida en un párrafo: a veces queremos soltar la olla, pero nos toca agarrarla con fuerza, porque si no lo hacemos, la alternativa es peor.

Olviden los newtons, los dinamómetros y otras unidades científicas para medir la fuerza. También cargar, lanzar y arrastrar objetos de 200 kg, que son algunos de los eventos en la competencia para El hombre más fuerte del mundo (este es un concurso real, y desde 2001 también existe su par femenina).

Un día, hace años, me puse a pensar: ¿quién es más fuerte?, ¿el que pega más duro o el que mejor aguanta?, ¿el que aprende a contenerse o el que atreve a rebelarse?, ¿el que se traga sus lágrimas o el que no le da pena que lo vean llorar?, ¿el que pide perdón o quien logra olvidar? Todas esas preguntas las apunté. Y hoy puedo decir que ninguno. Cada quien es igual de fuerte que el otro, dependiendo del momento, su personalidad, capacidad, vivencia y experiencia.

Aún falta para que el año acabe, pero mi deseo para ustedes es que en 2019 agarren sus ollas con fuerza ¡y no se dejen ganar!