Hay pocas cosas que odio en la vida: la gente aprovechada, las pasitas, engordarme y bañarme con agua fría. Hablemos hoy del agua fría.

Eso de que es saludable y excelente para la circulación, díganselo a otra persona. Si quisiera eso, comería cebolla y haría pilates.

Por motivos de seguridad, en mi edificio cortaron el gas para hacer una inspección de las tuberías y subsanar cualquier fuga. Un trabajo que iba a demorar semana y media se extendió por tres meses y 17 días. Yo puedo vivir sin horno, sobrevivo sin estufa y aguanto sin secadora. ¿Pero sin calentador de agua? No creo.

Aquí en la oficina me dicen que tener calentador de agua es un privilegio, y así me doy cuenta de que soy un poco plástica (dije un poco). Entonces tengo un calentador eléctrico de agua, lo cual veo no como un gasto, sino como una inversión en mi bienestar emocional. Y eso, señores, es más barato que hacer terapia.

Les voy a contar algo: una vez, cuando era pelá, me fui de viaje con mis amigas a Cancún para Año Nuevo. No sé qué fue lo que pasó, pero me enfermé horrible, con una fiebre muy alta. Mis amigas, preocupadas, llamaron al doctor que les refirieron en la recepción del hotel, de esos que cobran un montón, de tan mal que estaba. Al verme, el doctor dijo: “Esta mujer está prendida en fiebre. Hay que meterla en una tina de agua fría”, y mis amigas, juiciosas que son, se apresuraron en ir a llenar la tina del baño. Apenas se fue el doctor, murmuré con la voz entrecortada, apenas audible: “Maaarcelaa, ¿el doctor se fue?”, y me dijo que sí, pero que podía ir tras de él si yo necesitaba decirle algo. Le contesté, haciendo acopio de toda mi fuerza: “Déjalo que se vaya y APAGUEN EL FRIKIN AGUA, que no hay MANERA de que me metan en una tina de agua fría”.

Se necesita mucha determinación para sumergirse o meterse por voluntad propia debajo de un chorro de agua fría. Eso aplica a la ducha, piscinas, el mar y cascadas. Yo veo a los niños que van corriendo y se tiran en bomba, y no me acuerdo de jamás en la vida haber hecho eso. Para mí, meterme en la piscina es un proceso que demora media hora, a veces más, en puntitas y con cuidado.

Me acuerdo de la película Titanic, cuando Rose yacía medio congelada en la mitad del Atlántico, susurrando “Come back, come back”.

La semana pasada me invitaron al interior por unos días y el agua caliente solo salía cuando quería, o sea, casi nunca, así que básicamente me bañé con agua fría por cuatro días. (Si hay algo que odio más que bañarme con agua fría, es no bañarme del todo, por eso).

Y lo único en que podía pensar, mientras metía una mano, luego la otra, respiraba, lamentaba, insultaba al calentador y tiritaba de frío, es ¿cómo hace el resto de la humanidad para hacerse champú?

Guardé un momento de silencio por todos esos amables vecinos que tuvieron que pasar por este suplicio, todos los días, por 109 días.

Mientras escribo esto, estornudo y me soplo la nariz. Dice mi hermano que después de mi ida al interior me resfrié gracias a la brisa y la lluvia, pero yo sé la verdad: la culpa es del agua fría.