Toda la familia estaba de fiesta en la maternidad del hospital. Se abrazaban y felicitaban unos a otros y Lili* solo podía pensar: “¡Qué bebé tan feo!”. Ni abrazarlo quería. A pesar de que el embarazo la había ilusionado, ahora no sentía nada, excepto rechazo. Pero le enchufaron el bebé a la teta y tuvo que funcionar por los siguientes meses como autómata, porque era su deber, porque alguien tenía que hacerse cargo de ese bebé rosado y cachetón, sano y despabilado.

A Ana* le pasó más o menos igual. “El doctor la puso sobre mi pecho y me dijo que la besara, ¡pero no sentí nada! Fue como tocar al bebé de alguna amiga. Solo quería que me la sacaran para poder dormir. Me sentía miserable porque no lloré de felicidad cuando mi hija nació, como en las películas”.

Jessica Rivera, por su lado, quedó encinta por accidente a los siete meses de haberse casado y sufrió hiperémesis gravídica. “No te sientes tú misma hasta que el bebé sale y luego es algo surrealista: ¿¡Quién es esta y qué se supone que tengo que hacer con ella!? Cuidarla y alimentarla era un deber porque ella era mía, ¿no?”.

El final de estas historias fue feliz: todas se enamoraron de sus hijos, pero les tomó su tiempo: días, meses, años e incluso algunas confiesan que no han logrado una conexión completa, como sí les pasó con otros hijos que vinieron antes o después. “Mi conexión con mi primera hija es completamente diferente a la que tengo con el segundo”, confiesa Ana.

 

‘Sonríe, te estamos grabando’

No siempre es amor a primera vista. No a todas les brotan corazoncitos de los ojos cuando ven a sus bebés. Según los expertos, el desarrollo tardío del apego es algo muy común, pero la mayoría no lo expresa abiertamente.

En su libro Madres arrepentidas, la socióloga israelí Orna Donath profundiza el estigma social con el que probablemente tendrían que cargar las mujeres que reconocen que no sienten ese enamoramiento con sus bebés. La autora cuestiona la existencia de un instinto maternal per se y aclara que la maternidad es una relación humana como otras, y que cuando esta experiencia no es lo maravillosa que se supone debe ser, muchas mujeres se sienten monstruos.

“Pensé que tenía un problema. No era como en los comerciales. No sabía qué era lo que tenía que sentir”.

A pesar de que María* estaba muy ilusionada durante su embarazo (“yo pensaba que ser mamá de un bebé no era muy distinto a cuando jugaba con muñecas”), no se enamoró de sus hijas cuando nacieron, sino hasta casi un año después. El parto le pareció “algo tremendo”. Ella sacó a sus hijas con sus propias manos, pero esta espectacular experiencia no le removió ni un pelo. “Pensé que tenía un problema. No era como en los comerciales. No sabía qué era lo que tenía que sentir”.

Para Donath, si las historias de partos y maternidades se desmitificaran y se rebajaran las expectativas, ayudaríamos a muchas mujeres a que se sintiesen menos culpables y solas. Para María, recordar todo lo que sintió durante el primer año de sus hijas es muy duro. “Me entristece que nos digan, que nos hagan creer, que debemos sentirnos de cierta manera”.

Cuando llega el bebé y tarda el amor

Cuando llega el bebé y tarda el amor

Cara de boxeadora

Pensar que tu hijo es feo, sentir rechazo o resentimiento, son cosas que surgen por diferentes motivos. “No podemos culparnos. Aceptar nuestras emociones siempre es liberador, mientras que negarlas o reprimirlas nos somete y nos encarcela en ese sufrimiento. Hay que empezar a hablar de lo ‘feo’ de la maternidad”, recalca Claudia Kulish, orientadora de padres y experta en crianza y educación. “La cultura no nos hace un favor cuando idealiza la maternidad y solo nos habla de los aspectos lindos. Lo cierto es que es hermosa, pero puede ser aterradora, desestructurante y agobiante también”.

La prestigiosa feminista francesa Elisabeth Badinter recalca en su libro ¿Existe el instinto maternal? Historia del amor maternal, que este es un mito. La autora culpa a la sociedad actual que nos ha obligado a reemplazar el “lo quiero todo” por el que tanto lucharon las mujeres, por “le debo todo a mi hijo: mi leche, mi tiempo, mi energía”. Y para ella una prueba de la inexistencia del amor maternal universal son las burguesas del siglo XVIII, que entregaban sus bebés a las nodrizas y se despreocupaban de ellos para dedicarse a otras tareas. ¿Suena familiar, actual y tropical?

La filósofa también asegura que los medios y las nuevas corrientes de feminismo ecológico han culpabilizando a las madres que prefieren dar la mamadera, usar pañales desechables o quieren volver al trabajo a los dos o tres meses. Kulish piensa que hay que enfrentar el tema, para que si una mamá siente alguna de estas cosas, no se le vea como un bicho raro, sino como una más de muchas.

 

Seguir el ritmo propio

Fue durante el segundo mes que la hija de Jessica le sonrió: “En ese momento sentí cierto alivio y pensé ‘quizás no lo hago tan mal, quizás sí puedo hacer esto’. La comunicación con ella me ayudó a verla de manera diferente. Y desde ese momento comenzamos a acercarnos. Sentir que de verdad la quería, fue algo que se desarrolló con el tiempo, como un matrimonio arreglado en el que estás forzada a estar, pero en el que, con la convivencia, los pequeños momentos y conociendo de a poco a la persona, vas construyendo memorias y dándote cuenta de que la amas con toda tu alma”.

“Cada una de nosotras tiene su propio ritmo en este camino de la maternidad. Cada mamá recorrerá su camino, con sus aciertos y sus dificultades”.

La actitud maternal no nace inmediatamente en el momento en el que el bebé llora por primera vez, sino gradualmente a través del trabajo acumulativo de los meses que preceden y siguen a su nacimiento. “Cada una de nosotras tiene su propio ritmo en este camino de la maternidad. Uno marcado por nuestras circunstancias, nuestra historia, nuestros vínculos afectivos, nuestros miedos y nuestros sueños. Cada mamá recorrerá su camino, con sus aciertos y sus dificultades. Ningún camino es mejor que el otro, es el nuestro”, recalca Kulish.

 

Pero, ¿por qué me pasa?

La psicóloga clínica y terapeuta de familia Denise Quelquejeu aclara que hay decenas de motivos por los que puede darse rechazo o desconexión. “No siempre es una reacción negativa. La madre puede estar feliz, asombrada, incrédula, pero no siente ese amor fulminante hacia él”.

“Los bebés ya vienen con cierto nivel de carácter. Hay unos tranquilos y dulces y otros más furibundos, activos o sensibles. Esta personalidad que trae no necesariamente combine con el de la mamá. Tocará entonces aprender a conocerse y aceptarse como cualquier relación”, indica.

Hay desvinculaciones que detonan si la madre ha perdido a un ser querido durante el embarazo y esta muerte no solo ha generado un vacío, sino también cambios de relacionamiento en la familia. Según Quelquejeu, el rechazo al bebé también lo puede disparar circunstancias económicas, si el niño fue o no planeado, y en muchos casos la relación que tenga con su pareja y con sí misma. Kulish agrega el descenso abrupto, después del parto, de los niveles hormonales que pueden provocar cambios en el ánimo.

 

Mamallena

La buena noticia es que en algún momento, en el más inesperado, quizá te golpeará el zapatazo del amor de una forma tan intensa y repentina que te quitará el aire. Pero si te sientes desbordada, desganada, si sientes que no puedes ni quieres conectar con tu bebé, pide ayuda.

Kulish recuerda que “necesitas hablar, necesitas que te escuchen y te acompañen, necesitas saber que no estás sola y que puedes hacer algo al respecto. En algunos casos, la madre puede necesitar alguna otra ayuda (farmacológica), además de un acompañamiento psicológico. Es importante que la pida sin prejuicios ni culpa. Pedir ayuda no es un signo de debilidad, sino todo lo contrario, es un signo de que hemos comenzado a aceptar nuestras limitaciones y a hacer algo respecto de ellas. Las madres no somos omnipresentes y omnipotentes, somos humanas, de carne y hueso”.