En mis años de trabajo como psicopedagoga, he tenido la oportunidad de colaborar en dos grandes colegios y acompañar de cerca la vida académica de cientos de estudiantes. Desde esa experiencia, lo digo con total sinceridad: enviar tareas para la casa no es lo mejor. No es recomendable y, en la práctica, tampoco resulta rentable en términos de aprendizaje.
Hoy vivimos un tiempo muy distinto al de antes. La mayoría de los padres trabajan fuera de casa y, cuando llega la tarde o la noche, están agotados. Los niños, por su parte, vienen también cansados de su jornada escolar y, en muchos casos, de actividades extracurriculares.
Las tareas terminan siendo un motivo de peleas y frustración. He visto niños que llegan a detestar las materias, que pierden el interés por estudiar, porque la tarea en casa se convierte en una carga emocional. Ese espacio que debería reforzar lo aprendido se transforma en un momento de estrés, discusiones y cansancio. Y cuando hablamos de estudiantes con necesidades educativas especiales, la situación es aún más compleja: esas tareas se convierten en un desgaste mayor, tanto para ellos como para sus familias.
Muchas personas piensan que la tarea en casa es necesaria porque en el aula el docente tiene poco tiempo y muchos alumnos. Hay colegios donde las clases duran apenas 40 o 45 minutos, lo cual limita lo que el docente puede abarcar. Lo ideal es que todo lo necesario se trabaje en el colegio. He tenido la oportunidad de ver modelos donde la política institucional es clara: “nada se manda para la casa” y lo logran extendiendo la jornada hasta las dos o tres de la tarde, con espacios para talleres, proyectos y reforzamiento. El niño sale del colegio con sus deberes cumplidos y puede dedicar la tarde a descansar, jugar y compartir en familia.
Si los colegios garantizan que en las siete u ocho horas de clase se aborde lo académico, la dinámica en casa cambia por completo. Cuando la asignación es mínima —y solo si es necesario— se evita sobrecargar a las familias y se respeta el derecho del niño al descanso y a la recreación.
No obstante, si el colegio de nuestro hijo sí envía tareas, debemos aprender a crear un espacio de estudio en casa. Puede ser una esquina, un rincón que se convierta en “ese lugar especial para hacer tareas”. Los niños necesitan estructura y rutina; saber que existe un momento y un sitio específico para concentrarse.
Al mismo tiempo, es necesario que los padres aprendamos a moderar nuestras expectativas. No se trata de pasar hasta las 10 de la noche presionando a los niños para que terminen una tarea. Eso no es sano ni efectivo. He visto demasiados padres que corren de último minuto a comprar materiales, que dejan acumular tareas y terminan “apagando fuegos”. Esa desorganización genera ansiedad en los niños y en los adultos.
La falta de equilibrio se nota rápidamente. Los síntomas más comunes son la ansiedad, el cansancio, las quejas constantes y la pérdida de interés.
Por eso mi planteamiento es claro: los colegios deben velar porque las asignaciones se trabajen dentro del horario escolar. Y si por estructura curricular hay que enviar algo a casa, que sea poco, que tenga fechas razonables y que no sea abrumador.
Y a los padres les digo: si eligieron un colegio que promete no enviar tareas, exijan que se cumpla. En este caso, acompáñenlos desde la organización y la moderación. Hay que guiarlo, establecer rutinas claras y dar seguimiento con compromiso, pero sin caer en extremos.
* La autora es neuropsicóloga y psicopedagoga. Miembro del equipo de integrapanama.org.
* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.

