¿Qué significa ser un hombre trans en una sociedad que muchas veces no tiene ni el lenguaje para nombrarte? ¿Cómo se construye una identidad cuando lo que sientes de ti no coincide con lo que otros esperan? Pau González y Max Ocampo son dos hombres trans panameños que, desde realidades distintas —uno en Panamá, otro en Canadá—, comparten su testimonio.
Cuando Pau González tenía cuatro años, ya sentía que algo no encajaba. Le gustaban cosas que le decían que no eran “para niñas”, y con los años, esa sensación de incongruencia. Junto a su familia pasó su adolescencia en Estados Unidos. Eligió llenar su vida de música, arte y buenas calificaciones, pero a la vez algo faltaba: “Era como si mi espíritu se fuera apagando”, recuerda.
Después de graduarse de secundaria, Pau regresó a Panamá. Tuvo su primera relación con una mujer y pensó que era lesbiana. Pero había algo más: no se trataba solo de a quién amaba, sino de cómo se sentía consigo. Todo cobró sentido durante un viaje a Perú con su mamá a una convención organizada por Pflag —una red internacional de apoyo a personas LGBTQ+ y sus familias—. Al escuchar el testimonio de un hombre trans, se reconoció. Lloró. Entendió. Su madre también. Tiempo después, ella trajo la organización a Panamá, donde hoy acompaña a otras familias en procesos similares.
En busca de acompañamiento
Asumir su identidad fue un proceso que le tomó tiempo a Pau. Comenzó terapia, habló con su familia y procuró trazar su propia ruta. Sabía que algunas personas, muchas veces por necesidad, se administraban hormonas por su cuenta, asumiendo riesgos para su salud. Pau quería hacerlo de la forma más segura posible y contar con el acompañamiento de profesionales de la salud.
Pero se encontró con otra dificultad: “Cuando llamaba a clínicas preguntando si atendían hombres trans, me decían ‘¿hombre trans? ¿Qué es eso?’. Nadie sabía. Tuve que viajar a Colombia, empezar mi proceso allá, y luego regresar con documentos en mano para que una doctora aquí me atendía.”
“Cuando me acerqué al Minsa [Ministerio de Salud] en 2016, me dijeron: ‘sabíamos que había mujeres trans, pero no sabíamos que existían hombres trans’. Así, con esas palabras. Entonces, claro, no había nada pensado para nosotros.”
Activismo desde la experiencia
En 2016, Pau abrió un grupo de WhatsApp para saber si había otros hombres trans en Panamá. Eran tres. Luego cinco. Luego 20. Hoy, tienen personas de todas las provincias. Así nació la primera organización de hombres trans en el país.
Durante la pandemia, por ejemplo, documentaron casos de discriminación en supermercados y farmacias por las salidas segregadas por sexo. Muchos no podían salir ni el día de mujeres ni el de hombres. Crearon entonces una red solidaria para llevar alimentos y medicamentos. Y también una red de psicólogos aliados para brindar apoyo emocional.
Las personas trans no son todas iguales. No todas eligen usar hormonas o hacerse cirugías. No todas hacen su proceso a la misma edad. Lo importante para cada persona trans es poder tomar decisiones sobre su cuerpo y su vida en un entorno respetuoso y seguro.

Pau González es activista, consultor en proyectos internacionales de memoria trans masculina, y fue elegido como mariscal del Orgullo en Toronto 2025, el primero de Centroamérica.
El derecho a existir sin pedir permiso
Pau eligió quedarse en Panamá, a pesar de haber tenido la residencia en Estados Unidos, país donde habría tenido más opciones y aceptación para hacer su transición: “Yo no quiero tener que irme para poder ser quien soy. Prefiero quedarme y trabajar para que otras personas no pasen lo que yo pasé”.
En Panamá no hay una ley que permita a las personas trans cambiar su cédula de identidad para que refleje quienes son. Aunque Pau logró el cambio de nombre, el marcador de sexo sigue siendo un trámite médico y legal lleno de obstáculos. Eso le ha costado detenciones en aeropuertos y otros episodios violentos.
Hoy es activista, consultor en proyectos internacionales de memoria trans masculina, y fue elegido como mariscal del Orgullo en Toronto, el primero de Centroamérica. Su sueño es estudiar Derecho, algo que no ha podido hacer porque la universidad no le reconoce sus títulos o documentos donde figura con su nombre de nacimiento. Mientras tanto sigue usar su voz para que otros también puedan reconocerse.
Max Ocampo: transicionar es aprender a sentirse bien en la propia piel
Max siempre supo que los vestidos y los lazos que su mamá insistía en ponerle no le hacían sentido. Desde muy pequeño se sentía más cómodo con camisetas largas, videojuegos y actividades que no coincidían con lo que se esperaba de una “niña”. En la secundaria, se identificó inicialmente como lesbiana, pero fue a los 17 años, cuando un día decidió vestirse por completo con la ropa de su hermano y sacarse fotos, que algo hizo clic: se vio al espejo y se reconoció.
Ese fue el inicio de su camino como hombre trans. Primero se lo contó a sus amigos, quienes lo apoyaron. Su madre y su padre no lo tomaron bien. Hubo distanciamiento. Max decidió mudarse para estudiar en el extranjero. Optó por irse antes de correr el riesgo de lo que enfrentan muchos jóvenes trans: ser echados de su hogar.
Transicionar fuera de Panamá
En Canadá, Max encontró acceso a servicios de salud. Inició su tratamiento con testosterona en la clínica universitaria, tras un proceso de evaluación psicológica y médica. Con el tiempo pudo celebrar pequeños y grandes logros: su primer vello facial, que lo llamen por su nombre, poder caminar por la calle sin miedo. Ha pasado siete años desde que comenzó su proceso de transición.
Hoy, Max es diseñador gráfico y artista visual. Su relación con sus padres es mucho mejor, gracias a que ambos participan en la organización Pflag Panamá, que acompaña a familiares de personas trans: “Si me hubieran dicho a los 15 que mi mamá iba a ser la mujer que es hoy, no lo habría creído. El cambio ha sido impresionante”, dice.
Su historia, como la de Pau, recuerda que cada camino al transicionar es único. Aunque los temas trans han ganado visibilidad en medios y redes, la mayoría de los referentes siguen siendo mujeres trans. Las historias de hombres trans, en cambio, han permanecido en los márgenes, incluso dentro del propio movimiento LGBTQ+.

Max Ocampo vive en Toronto, en esa ciudad hizo su transición.
Lo que atraviesan los hombres trans: violencias y silencios
Aunque las personas trans comparten múltiples luchas por el reconocimiento, los hombres trans enfrentan también situaciones específicas, muchas veces invisibilizadas:
Violaciones “correctivas” y violencia sexual: Es una forma extrema de violencia de género que busca “corregir” su identidad. Este tipo de agresión está basada en la idea de que una mujer (real o percibida como tal) debe ser castigada por no cumplir con los roles de género tradicionales.
Falta de visibilidad histórica y social: La narrativa histórica y mediática ha invisibilizado a los hombres trans. Esa escasa representación contribuye a su aislamiento.
Educación bajo el mandato de silencio: Muchos hombres trans se les crió bajo el mandato de que “las niñas no hablan”, lo cual puede haber dificultado su proceso de expresión y visibilización.
Lo que sí es, y lo que no es, una transición: La transición de una persona trans suele estar rodeada de estereotipos. A través de los testimonios de Pau y Max, desmontamos algunas ideas equivocadas:
Mito 1: “Ser trans es solo cambiar el cuerpo”
Verdad: La transición no es solo física. Es un proceso emocional, mental, social y a veces médico.
Mito 2: “Si no se operó o hormonó, no es trans”
Verdad: Cada persona trans elige su camino. Max explica que algunas personas se sienten cómodas sin tratamientos médicos, y que eso no invalida su identidad.
Mito 4: “El proceso es igual para todos”
Verdad: Las experiencias trans son tan diversas como las personas. Algunos inician su transición jóvenes, otros adultos. Algunos en sus países, otros deben migrar para hacerlo de forma segura, como Max.