Magaly Díaz es una joven, ingeniera en sistemas, quien desde la Secretaría Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (Senacyt) de Panamá administra Girls Can Do Tech, un proyecto que desde 2022 motiva a niñas y jóvenes a estudiar carreras en tecnología.

La infancia de Magaly transcurrió en la ciudad de Panamá, en el barrio de Curundú. Ella tenía 14 años cuando hasta esta comunidad en situación de vulnerabilidad social y económica llegaron jóvenes voluntarios de la Embajada de Estados Unidos y ofrecieron un taller para hacer robots. Ese fue el primer contacto que Magaly tuvo con la ciencia, y le fascinó. Pero, quien más influyó en su decisión de estudiar sistemas fue una programadora entusiasta y profesora de informática del Instituto Fermín Naudeau. Verla a ella le inspiró.

Apenas concluyó la universidad, ingresó como pasante en la Senacyt y supo de la celebración del 11 de febrero, Día de las Niñas y las Mujeres en las Ciencias. Enseguida, propuso a sus supervisoras hacer un webinar sobre el tema y, tras la buena respuesta de la audiencia, decidió abrir la cuenta de Instagram Girls Can Do Tech, para explicar conceptos de tecnología e informática y dar a conocer las becas y cursos existentes para mujeres jóvenes.

Para 2022, cuando Magaly propuso Girl Can Do Tech, la Senacyt ya llevaba adelante otras iniciativas dirigidas a las jóvenes. Una de ellas es Camptech, un campamento para adolescentes sobre programación, desarrollo web, electrónica y liderazgo. Otra era la producción de un libro. Pioneras de la Ciencia, que, ya publicado, reúne biografías sobre pioneras panameñas en la ciencia e incluye relatos infantiles. Poco después también abrieron las postulaciones de un programa de mentoría para 38 científicas y 40 estudiantes.

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Todavía faltan más mujeres científicas

Las carreras de ciencia y tecnología siguen teniendo predominio masculino. Las mujeres que participan deben sortear barreras en un entorno donde la toma de decisión está en manos de los varones, tal como mostró el estudio elaborado por la Senacyt: Diagnóstico de Género sobre la Participación de las Mujeres en la Ciencia en Panamá 2018.

Del informe se desprende que más del 60 % de los investigadores son hombres; que solo una quinta parte de las patentes del país incluye al menos a una mujer inventora, y que ninguna mujer dirige los centros de investigación de alta producción científica del país.

Los campos de tecnología, computación, física y matemáticas, que son algunos de los mejores pagados, tienen mucho menos mujeres. De ahí que el hecho de que más mujeres participen en el ámbito científico es importante para promover la igualdad entre los géneros. En ese sentido, el empoderamiento de mujeres y niñas es parte de los Objetivos de Desarrollo Sostenible que Panamá firmó en 2015. A esto se agrega que la ciencia se beneficia de la perspectiva y del enfoque distinto que las mujeres aportan. Vale observar que hay ciertos factores que propician que las mujeres sigan carreras científicas. Según el estudio de la Senacyt, influye el ser hija de una científica, contar con mentoras o figuras referentes, disponer de condiciones económicas favorables y estar empoderadas desde niñas.

La importancia de empezar desde chiquitas

Para empoderar a las niñas hay que avivar su curiosidad, desechar la idea de que ellas no deben ensuciarse o explorar con sus juguetes, propone Kathia Pittí, subdirectora de la Dirección de la Innovación en el Aprendizaje de la Ciencia y la Tecnología, en la Senacyt. Desde su sitio de trabajo, promueve proyectos como Camptech, que empezó en 2021 y reunió a 35 jóvenes de entre 15 y 18 años para introducirlas al mundo de la tecnología y facilitarles habilidades de liderazgo. El proyecto ya va por su segunda edición.

Cuando Kathia Pittí estudió ingeniería eléctrica y electrónica, notó que mientras sus compañeras tomaban apuntes y llenaban informes, sus compañeros hacían los cableados o el trabajo manual. Kathia prefería el trabajo técnico. Desde niña, sus tíos la invitaban a armar y desarmar equipos electrónicos junto con ellos y así despertaron su deseo.

Se graduó de la universidad en 2001 y todavía hoy considera que vencer los estereotipos de género sobre lo que las mujeres pueden o no hacer sigue siendo uno de los principales muros a derribar para que las mujeres estudien carreras científicas.

Un ejemplo de la importancia que tiene eliminar estos estereotipos y tener ejemplos a seguir es el de Yazmín Mack. Ella no era la mejor en las clases de matemáticas; aun así, soñaba con ser ingeniera civil. En 2005 veía una ciudad de Panamá repleta de edificios en construcción. Eso para Yazmín representaba el futuro, uno que quería ayudar a construir. No se equivocó. Panamá hoy es la capital latinoamericana con más rascacielos.

Por su perseverancia e inspirada en otras mujeres, mantuvo su elección por una carrera científica; así lo relató en diciembre pasado al recibir el premio nacional Por las Mujeres en la Ciencia, que concede la Unesco y L’Oréal.

Para la ingeniera civil fue fundamental ver a otras mujeres no solo haciendo ciencia, sino probando cosas nuevas. Vio a su mejor amiga salir del país a estudiar inglés y eso la animó a hacer lo mismo. Supo de otra que hizo su maestría fuera de Panamá y se motivó a hacer un doctorado en Ciencia en la Universidad de Sao Paulo, Brasil.

Ella sostiene que si se quiere a más mujeres jóvenes en carreras de tecnología, no solo es importante generar entusiasmo por las materias de ciencia; también hay que orientarlas, Y esto es lo que intenta hacer el programa de mentoría de Jóvenes Universitarias Lideradas por Investigadoras en Acción (JULIA), cuyo plan piloto reunió a 38 científicas del Sistema Nacional de Investigación con universitarias en 2002.

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Tener referentes

“Como estudiante, ves a las investigadoras tan inalcanzables, asombrosas, y piensas: ‘yo nunca voy a poder hablar con ellas”, cuenta Andrea Martínez, estudiante de biotecnología en la Universidad Interamericana, que participó en la prueba piloto de JULIA.

Conocer a las investigadoras que admira fue una posibilidad que tuvo gracias a esta mentoría. Pero, desde antes, Andrea ha procurado acercarse a las personas que le pueden enseñar. En tercer año de secundaria quedó fascinada con las leyes genéticas de Mendel, por lo que estudió el bachiller en ciencias. Quería estudiar ingeniería genética en Panamá y no encontró opciones; entonces, supo de un doctor especialista en genética en Chiriquí y lo contactó para pedirle consejo. Finalmente, se decidió por biotecnología al encontrar en esa carrera una materia de genética.

Piensa que en el entorno científico hay posibilidades de hacer pasantías y contactar con personas que conocen a otras personas que pueden ser guías. “Incluso, si quieres una pasantía en un laboratorio, pero te dicen que puedes venir a limpiar, debes aceptarlo, porque es una oportunidad de aprender algo”, asegura la estudiante.

Hay que empezar antes de graduarse

Buscar oportunidades y establecer relaciones con la comunidad científica es una recomendación que hace Amaly Fong, ingeniera mecánica especializada en prevención y reducción de desastres. Ella es una de las mentoras de JULIA.

Todo investigador publica el resultado de su trabajo. A estos documentos se puede acceder mediante buscadores académicos que están en línea. Mientras estudiaba, Amaly sintió interés por las publicaciones sobre riesgos de desastres y así empezó a interesarse por sus autores y contactarlos.

Lograr esas conexiones con investigadores le ayudó a decidirse por estudiar en Japón un doctorado en el tema.

Amaly nació en la provincia de Bocas del Toro, a 600 kilómetros de la capital. Siempre se destacó en matemáticas. Hizo su licenciatura en Ingeniería Mecánica en la Universidad Tecnológica de Panamá. En su primer año de clases, en 2004, compartió salón con diez compañeros y solo había una mujer más. En 2022, en el sitio web de su universidad se podía leer que la matrícula de la Facultad de Ingeniería Mecánica tiene 22 % de alumnas.

Ahora como mentora, Amaly comparte también sus retos: durante un año dejó la carrera para dedicarse a trabajar, pues necesitaba el dinero. Pero se dio cuenta de que estaba renunciando a mejores oportunidades. Dejó el trabajo, se matriculó para estudiar de noche y consiguió un trabajo como asistente de laboratorio en la universidad.

Durante su doctorado también enfrentó momentos de dudas e inseguridad; se preguntaba si sus estudios podrían aportar algo al conocimiento que ya había en materia de riesgos y desastres. Le ayudó entender que estaba pasando por el síndrome del impostor, esa sensación de no ser tan capaz como los demás creen.

Para superar los retos, Amaly considera que es importante ofrecer a las científicas jóvenes habilidades para el manejo de las emociones y de toma de decisiones sobre su vida y su carrera.

Empoderar a las mujeres, acompañar a las estudiantes y ayudarles a tener claro lo que quieren es uno de los objetivos del programa JULIA, según la doctora Luz Cruz, quien lo coordina. Ella dirige el Departamento de Capacidades al Investigador. Antes, han desarrollado un proyecto de carteles, fotos y videos que muestran a mujeres de diferentes edades haciendo distintas actividades. “Siempre son fotos en acción”, aclara.

Pero, una vez interesadas en las ciencias, las mujeres tendrán que enfrentar otros retos. Uno de ellos es el desconocimiento del idioma inglés, un requisito para aplicar a becas en el extranjero. Esta debilidad se acentúa entre las egresadas de colegios oficiales y reitera la evidencia de que las mujeres con mejor situación económica tienen más a su favor para estudiar ciencia.

Pero, también observa que las mujeres pierden oportunidades por razones que los hombres no harían. Por ejemplo, renunciar a estudiar en el extranjero porque el novio no quiere.

La mujer sigue siendo considerada la mayor administradora del hogar y cuidadora de hijos, ancianos y personas con discapacidad. Hacer esto necesita tiempo, y el que solo lo haga la mujer representa que va a llegar un momento en su carrera en que le toque decidir parar, o que tenga que limitar sus posibilidades de crecer profesionalmente. Si bien las carreras científicas dan mejor paga, también alcanzar un grado de especialización para aspirar a mejores puestos requiere de más años.

El Diagnóstico de Género sobre la Participación de las Mujeres en la Ciencia encontró que hay dos puntos de vista que se contraponen: el de los gestores y autoridades de la ciencia de Panamá, que consideran que la desigualdad de género es un problema del pasado, y el de las científicas que no se sienten en igualdad de condiciones que los varones. Saben que son necesarias muchas más acciones para combatir la desigualdad en el desarrollo de sus carreras científicas y, a la vez, visualizar obstáculos como la discriminación de género en el acceso a posiciones, las culturas organizacionales sexistas en instituciones científicas y académicas, y la falta de acciones para conciliar la vida familiar y laboral.

Que las autoridades lo entiendan, tal vez, debería ser el principal objetivo.

Este reportaje fue posible gracias a la beca de producción periodística sobre cobertura de educación en México, Centroamérica y el Caribe, entregada por la Fundación Gabo y la Fundación Tinker.