Como muchos judíos, Raquel Kleinberg tiene su propia historia personal con el Holocausto, una que le fue desconocida por muchos años. Del lado de su abuela materna no conocía ni tíos ni primos. Nada. Le preguntaba “Bobe [abuela en yidish] , cuéntanos de tu casa, de donde naciste”, pero su respuesta siempre era “De ese tema no se habla”. Era como tantos y tantos judíos que se refugiaban del dolor en el silencio. “Era como un telón que había caído, oscuro, del que no se hablaba”, recuerda Raquel. Años después supo que la abuela había llegado a México de Bielorrusia, pero toda su familia quedó atrás y nunca más se supo de ellos. Esto, junto a su alma de historiadora y su interés por entender el mundo, ha hecho que el Holocausto sea un tema que ha investigado y enseñado por años.

¿Por qué considera que al resto del mundo le debe importar las lecciones del Holocausto? Sí, mataron al pueblo judío, pero esto afecta y toca a todo ser humano que tenga sentido, sentimientos y corazón. Trabajé por 13 años en la Universidad Iberoamericana, y junto a un equipo de profesores hice una preparatoria. La universidad es jesuita y tuvieron a bien elegir como primera directora a una judía. Una de las primeras cosas que hice fue meter en el currículum este tema, no por ser yo judía, sino considerando que nadie que vive en este siglo puede pasar sus estudios de preparatoria sin saber qué fue lo que sucedió ahí. No solamente hubo una guerra, que es lo que todos los jóvenes estudian, sino que hubo una sistemática matanza de un pueblo. Todos deben conocer esta historia, conocerla en toda su verdad.

El tiempo diluye las memorias. ¿Cómo hacemos para mantener vivo el recuerdo? Lo primero es aceptar que no puedo vivir sin memoria. Memoria es identidad y debemos hacer conciencia de que es algo vital en nuestras vidas, en nuestro devenir, y que no la podemos borrar. ¿Cómo la traigo al presente y la resignifico? Esa es la tarea de los educadores, de todo hombre sensible que quiere que la siguiente generación pueda vivir mejor. Es un tema universal. Hay quien pretende ser amnésico. Qué vida terrible. Tampoco es ser el que todo lo recuerda y no puede vivir hoy porque está recordando lo que vivió ayer. Ni una cosa ni la otra. Pero la memoria es lo que le da sentido a mi vida.

A pesar de todo el esfuerzo por educar, el antisemitismo ha aumentado, al igual que la intolerancia entre otras religiones. ¿Cómo lo explica? La educación es la llave maestra. No quiere decir que siempre sabemos cómo educar, ni que en todos los casos hemos dado la educación acertada. Creo que la educación tiene que estarse revisando constantemente. La educación no se mide en términos de cuántas computadoras tiene una escuela o por cuánto inglés manejen los niños. Es un proceso a largo plazo, pero si yo logro lo que dicen los textos judíos, de mover a mi alumno de aquí para acá [hace un gesto], he acertado. ¿Y qué es lo que debo modificar? Su mirada. Si eres capaz de abrir su mirada un poco más a la derecha o a la izquierda, todo se mueve. La educación es enseñar a nuestros alumnos a conmoverse: aceptar que frente a mí hay un otro, y ese otro es igual que yo.

¿Considera que es más fácil o difícil educar en estos tiempos? Nunca he desesperado en la educación. Siempre he creído en ella. Tienes que encontrar el modo, la forma, el hilo que debes mover. Un maestro es un violinista. Si no sabes mover el arco, sacarás un chirrido. Si sabes cómo hacerlo, sacarás notas musicales.

¿De qué trata su charla ‘La memoria histórica en la enfermedad llamada Auschwitz’? Más que un lugar, Auschwitz es un concepto. Es una enfermedad que acometió al hombre durante la terrible II Guerra Mundial. Para mí significa la enfermedad en la cual el hombre tuvo una ruptura civilizatoria. Perdió conciencia de la humanidad y nos llevó a esta tragedia. La memoria nos puede curar. Ya hay brotes, pero podemos evitar la epidemia, pues cuando regresa, la enfermedad es mucho más fuerte.

Hará una capacitación en el Museo de la Libertad. ¿Cuál será su enfoque? Hablar con las guías sobre todos estos conceptos, dejar de pensar que el Holocausto es un problema de los judíos, y ver qué es lo que podemos aprender y enseñar en un ambiente de democracia a partir de esta experiencia. Muchas veces se habla del Holocausto como si fuera un túnel oscuro por el que pasaron los judíos y que el resto del mundo no tienen nada que ver, pero no se llegó a él porque Adolfo Hitler se levantó una mañana y el pueblo alemán enloqueció. Erradicar un odio es lo más difícil, pero en general, todos los grupo pequeños que se mantienen cerrados, que tratan de conservar sus características, provocan en los demás incertidumbre.

La fe es parte de la identidad judía. ¿Cómo es su relación con Dios? Soy medianamente ortodoxa, pero tremendamente religiosa. Religioso viene de la palabra religare, es decir, volver a atar. ¿A quién y con quién? En mi caso, con Dios. Un pensador que me da tremenda luz dijo que en el Holocausto se escribió el onceavo mandamiento: Vive. Tu vida hoy es una demostración de que el mal no va a vencer. La vida de los seres humanos hoy demuestra que somos más los buenos que los malos, solo que los malos hacen más ruido.

Perfil: Raquel Druker de Kleinberg nació en México. Tiene la licenciatura en Estudios Culturales en la Universidad Estatal de Nueva York. Cursó la maestría en Historia Universal en la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México y la maestría en Educación Judía en la Universidad Hebrea de Jerusalén. También es egresada del programa Jerusalén Fellows, y en 2010 fundó la preparatoria de la Universidad Iberoamericana.