A diferencia de otras personas a las cuales se le han diagnosticado cáncer de mama, a mí me fue un tanto diferente: presenté dolores en la mama derecha.

Muchas personas opinan que el cáncer es indoloro, pero considero que cada experiencia es distinta. Dios permite que algunas veces estas cosas sucedan para darnos una voz de alerta y permitirnos reflexionar sobre cómo estamos llevando nuestras vidas, meditar y tratar de mejorar.

Recuerdo que cuando fui a mi cita con el cirujano general, le había solicitado insistentemente un ultrasonido de mamas. Cuando llegué a su consultorio y él observó los resultados, me dijo algo que nunca voy a olvidar: “te aparecieron unos quistesitos, pero no debe ser nada malo, pues siempre los hay. Te recomiendo que vayas a otro cirujano para una segunda opinión”. Así mismo hice. Saqué cita con otro cirujano, quien al ver los resultados me recomendó tomar un medicamento para el dolor, que no tomé porque mi estómago no lo tolera.

Después de un mes saqué cita y le dije que mi seno me continuaba doliendo, y fue en ese instante que decidió intervenirme.

Para no alargarles la historia, después de la operación, los resultados no me fueron revelados por el doctor que me operó, sino por una doctora que no quería decirme al principio por no haber sido ella quien me había operado. Le imploré que me dijera. El resultado había salido positivo y tenía cáncer.

Quedé muda. Con los resultados me fui sola al Complejo del Seguro Social. No me querían atender, eran las 3:45 p.m. y cierran a las 4:00 p.m. Gracias a Dios un alma caritativa me oyó y me atendieron. Después llevé la biopsia y la carta de autorización del Seguro al Instituto Oncológico Nacional.

Además de todas las tristezas que hay en el corazón y en el alma cuando tienes este tipo de diagnóstico, otra de las cosas más duras fue atenderme con un doctor que no tenía química conmigo. Tuve que pedir que me asignaran otro. Así comenzó todo.

Tenía que ir a mis citas y levantarme a las 3:00 a.m. para llegar a las 4:00 a.m. al hospital y formar a esa hora una fila larguísima. Veía rostros agobiados por el cansancio y la enfermedad que me tocaban hasta el alma. A las 9:00 a.m. bajaban los doctores a atendernos, pues antes visitaban las salas de los pacientes hospitalizados. Muchas veces quedábamos parados largas horas. Algunos salíamos a las 12 del mediodía. Otras veces a la 1 de la tarde.

De allí, a pesar del cansancio, me iba a trabajar para salir a las 5 de la tarde, y aguantar el tranque para mi casa de hasta una hora y media. A veces más. La atención en el Oncológico es excelente. Tienen muchos entes externos que colaboran, apoyan y lo ayudan a sostenerse. Nunca olvidaré a la señora Martha Stella, quien llegaba con una infinita energía, atenta y preocupada por cada detalle del hospital. Un angelito que nos dejó un profundo vacío, pero a quien Dios ya tiene en la gloria.

Solo me resta decirles que “Dios es excelentemente bueno”. Mi mensaje para todos los que están luchando contra esta enfermedad es que no desmayen y que tengan fe, como dice la Biblia, aunque sea pequeña como un granito de mostaza. Nunca dejen de persistir sobre su salud, ustedes son sus primeros doctores.