“Hay un gremio de indígenas artistas, unos danzan, otros canta y yo soy el que hago títeres” afirmó en entrevista a ELLAS Jason Robinson, un joven guna que ha dedicado estos últimos años en promover la cultura a través del arte de los títeres.
“Soy indígena guna. Tenemos miles de historias, pero solo se cuentan oralmente. A los niños, por ejemplo, si les hablamos de nuestros dioses, el sol, la luna, los animales como el jaguar, no saben cómo se ven, porque vivimos en el mar”, explica.
Para cambiar esto, trajo a un amigo de México, experto en tallado de madera, una tradición que también practican los gunas. “Realizamos un taller donde enseñamos a 10 mujeres y 10 hombres a construir marionetas de madera tallada. Les proporcioné materiales para que pudieran hacer sus propios títeres y enseñar a los niños y contar nuestras historias”.
Además, Jason trabaja activamente en comunidades de su cultura. “Voy a las islas o, cuando hago shows, ahorro la mitad de mi salario y al final del año voy a montañas de difícil acceso. No gano nada quedándome con lo que aprendo; necesito que otros aprendan”.
Títeres como materia de trabajo
Los títeres, según Jason, existen desde que el hombre vio su sombra en una cueva. “Hacer un títere es dar vida a un objeto inanimado”, algo que, según él, “hacemos desde niños, cuando agarramos un lápiz o una pluma y pretendemos que hablan”.
Al principio, este joven, nacido en Chorrera de padres gunas, se dedicó a manejar títeres en el ámbito comercial. “Trabajaba haciendo shows de títeres en centros comerciales de Panamá, donde me contrataban solo para manipularlos”, detalló, pero al buscar independizarse, se enfrentó al desafío de no tener sus propios títeres. “Investigué en internet el precio y, aunque parecen juguetes, son artesanías. Un títere básico en Estados Unidos cuesta 200 dólares. No tenía dinero para comprarlos constantemente, así que empecé a aprender técnicas en internet y descubrí todo el trasfondo de este mundo”.
Actualmente, Jason cuenta con más de 100 títeres, todos confeccionados por él mismo con diversas técnicas, a día de hoy, cuenta con una impresora 3D y plástico reciclado con la cual confecciona sus nuevos proyectos. “Los alquilo o los vendo, según el proyecto. Si quieren crear un personaje, lo hago. Pero mi enfoque principal son las comunidades. Mi trabajo siempre ha estado dirigido a ellas”.

Una pasión que exigía seguir aprendiendo
Su amor por los títeres lo ha llevó a viajar a México, donde descubrió la Unión Internacional de la Marioneta (Unima), una organización que reúne a titiriteros de todo el mundo. “Miembros de Unima vinieron a Panamá y no encontraron a nadie dedicado a los títeres, aparte del ámbito comercial”, comentó.
Sin embargo, su aprendizaje fue más allá. “Me invitaron a un encuentro de títeres en México y las obras no eran comerciales, sino sobre migración, esclavitud y otros temas complejos. Los títeres incluso mataban a los personajes, pero era teatro infantil. Ahí entendí que los niños son capaces de entender temas serios, y que no debemos privarlos de estas conversaciones”, explicó.
“Queremos hablar solo de cosas bonitas, pero debemos abordar las realidades. Los títeres son una herramienta poderosa para comunicarnos con los niños sobre estos temas”, detalló.

Ahora busca proyectos que le permitan llevar el arte a más comunidades. “Conozco bien la ciudad, pero quiero descentralizar el arte. Necesitamos que otras personas, fuera de la ciudad, tengan acceso a estas oportunidades. Una vez fui a San Carlos, Chiriquí, e hice un show navideño. Una señora de 90 años me dijo que nunca había visto títeres. Vinieron 800 personas del pueblo”.
“También trabajé en una comunidad en México, donde hicimos una ludoteca. Les doné seis títeres y un teatrino. Los padres donaron 800 libros. Me despedí de los niños con una carta y me sentí feliz de dejar algo allí. Ahora quiero hacer lo mismo aquí, en San Miguelito y otras provincias, incluyendo mi isla, para llevar el arte a más niños”.