“Creo que nunca podré ser tan buena madre como mi mamá”. Decirlo me quitó un peso de encima. Ya estaba afuera, y así dejé atrás esa idea que trataba de venderme el tipo de mujer que yo soñaba ser.

Toda mi vida trabajé hacia mis metas profesionales. En más de una ocasión escuché a mi madre criticarse por no haber seguido el camino académico, como muchas otras mujeres. Nunca pensé mucho en eso, porque me parecía que cada quién tenía su derecho a decidir.

En mi caso, la decisión era clara. Desde que tengo memoria pensé que debía ser una mujer que trabajara fuera del hogar. Una profesional, más graduada que un termómetro. Independiente, segura de sí misma, clara con el camino que tenía que tomar. Lo que llamarían hoy en día una #girlboss. Pero a los 35 años, frente a la realidad de una maternidad inminente, por primera vez se asomaba la sombra de duda. No podía dormir. Hasta ese momento, nunca había pensado que yo podía fracasar como mujer. Siempre estuve segura de que, si trabajaba, podía lograr mis metas.

Fracasar para mí no era una opción, porque invertía las horas que fueran necesarias y los resultados eventualmente llegaban. A veces era difícil, pero estaba entrenada para sacudirme luego de los golpes y seguir adelante. Bueno, había cosas como cocinar o los deportes que no eran lo mío. ¿Será que la maternidad era lo mío? ¿Qué necesitaba leer, aprender y estudiar?

A veces alguien comenta en redes lo difícil que es aprender a ser mamá. Pero por cada texto de estos, veo otros miles que muestran bebés perfectamente vestidos y sonrientes al lado de sus hermosas madres. Menos mal hace siete años el Instagram no era lo que es hoy en día.

Ser madre es difícil. Ser mamá que trabaja es difícil. Ser mamá que se queda en casa es difícil. Y las horas que inviertes en aprender a ser madre y luego en ejecutar, no son horas facturables. Son horas que la sociedad espera de ti, que te exigen sin piedad. Nadie te prepara para esas madrugadas sabiendo que en tres horas tienes que aparecer en una reunión clarita como el agua y hermosa como el sol. No hay manual que te enseñe cómo preparar a un hijo para la escuela, tener el desayuno listo, bañar, limpiar, manejar, jugar, acurrucar, dar medicinas, y volver a hacerlo todo con cero horas de sueño.

Cuando tuve que dejar de dar pecho porque mi cuerpo no podía con el tren de esposo, trabajo, hija, casa, lloré silenciosamente. Mi hija cumplía cinco meses y pesaba 10 libras. Yo quería seguir dando pecho exclusivo como todo el mundo me decía que debía hacerlo, pero me limpié las lágrimas en un segundo y ante las miradas incrédulas del doctor y mi esposo solo dije: “Ay, qué tonta… no me hagan caso”. Me da un dolor profundo por esa madre primeriza que, además de todo, tiene que recibir calificación. ¿Por qué también tenemos que ser las más fuertes de la ecuación?

¿Existe una madre perfecta?

¿Existe una madre perfecta?

No es sorpresa, entonces, que muchas parejas viven un distanciamiento al momento de tener hijos. Los silencios, las faltas de comunicación y comprensión. Ser padres era la siguiente etapa, y finalmente lo logramos. ¿No debíamos ser mágicamente felices? ¿Qué pasó? Es que no pude con trasnochar toda la semana, y luego el viernes tener fuerza para pintarme la cara y salir.

Estas son experiencias que nadie premia, nadie reconoce. Así como llegan, se van. Solo hay una expectativa de que así debe ser. No las comentamos ni las publicamos en redes. Tanto los golpes como los fracasos son parte de la maternidad, y punto. No hay estrellita dorada por la cantidad de horas que no dormiste ni aumento ni reconocimiento ni bono al final del año.

Y entonces entendemos que ese trabajo que le metemos a ser madres, y que debería subirnos de escalafón en la escalera social, realmente nos reduce a una bola de inseguridades. ¿Cuándo nos graduamos como mamás? ¿Cómo sabemos si recibimos créditos adicionales? ¿Dónde aplicamos para aparecer en la lista de las 40 mejores madres criando bebés después de los 40? ¿O el reconocimiento a 20 mamás que batallan cada día a los 20 años, sin un padre responsable al lado?

Cuando vemos a nuestros hijos felices, compensa muchas cosas, pero a veces pienso que eso no es suficiente. Ahí está, lo admití. No es suficiente, porque nuestro valor trasciende esa conexión madre hijo. Los esfuerzos de una madre son la base de ciudadanos del futuro. Cada sacrificio es un aporte a nuestra sociedad.

También me queda claro que hoy en día luchamos por poder desarrollarnos en los múltiples planos que conocemos. Si invertimos años para convertirnos en banqueras, doctoras, abogadas y maestras, ¿no merecemos poder seguir siéndolo en forma exitosa aun cuando decidimos ser madres? Sin sentirnos fracasadas porque fallamos aisladamente aquí o allá.

En parte esto depende de nosotras, que nuestras expectativas estén claras y seamos benevolentes con nosotras mismas y quienes nos rodean. No nos impongamos reglas subjetivas sobre qué constituye una buena madre o cuál es la mejor conexión con sus hijos. Cada quién lo hace a su manera, y debemos apoyarnos más que criticar.

Dejemos atrás la actitud superior y el ego que motiva pensamientos como “Ay, pobrecita ella, no pudo”. Seamos empáticas. No nos quedemos calladas ante críticas injustas. Una mirada o una palabra de apoyo puede cambiar el curso del día y la vida de alguien.

En nuestros trabajos podemos estar vigilantes con aquella madre que tiene que llevar el 100% de la carga de su hogar porque es mamá soltera, divorciada o viuda. Ellas no van a pedir nada, porque van a tratar de demostrarse y al mundo que sí pueden. Cuando dejamos de dar opiniones, y nos sentamos a escuchar, tenemos la oportunidad de ser útiles. Ahí está el verdadero triunfo.

Anoche veía con mi hija de siete años un programa de cocina, y una niña decía que ella aprendía a cocinar con su mamá. Sentí nuevamente que se me apretaba el pecho de la vergüenza y volví a pensar en mi rol como madre. Ahora veo que esto me enseña a sobrellevar mi imperfección, pero también me invita a motivar cambios en mi círculo y a nivel de nuestra sociedad.

Yo amo a mis hijas más que a la vida, y por eso lucharé cada día por verlas felices. Pero la estrellita dorada que yo misma me otorgaré será por tratar de aportar un granito de arena a construirles un mundo que premie a la mujer, regalándole un poquito más de tiempo, un poquito más de comprensión, y un mejor salario.