La historiadora y periodista italiana Lucetta Scaraffia.

Su voz es un látigo contra la misoginia en la Iglesia. Incómoda para muchos, casi subversiva para la gran mayoría, la intelectual italiana Lucetta Scaraffia encarna la resistencia feminista dentro de los infranqueables muros del Vaticano.

“En la Iglesia no hablan nunca con voluntad de las mujeres. No están acostumbrados a verlas. Siempre fingen que no existen”, señala sin tapujos en una entrevista con Ellas.

El único que parece salvarse de sus críticas es el papa. “Entiende muy bien el grave problema de las mujeres. Ha hecho mucho por ellas. Solo que tiene en contra a casi toda la Iglesia”, afirma.

Scaraffia dirige desde hace nueve años la revista Mujeres, Iglesia, Mundo de L’Osservatore Romano, el periódico oficial de la Santa Sede. La publicación es una luz de esperanza para cientos de miles de mujeres consagradas de todo el mundo que buscan reconquistar su dignidad en la milenaria institución dominada por el género masculino.

En marzo del año pasado sacó a la luz un grave problema: el del servilismo de las monjas hacia los hombres del clero. “Una parte no pequeña de las religiosas está destinada a servirles. Les cocinan, les limpian y lo hacen por sueldos irrisorios. Casi les anulan la personalidad, aunque ellas dicen que está bien porque lo hacen por Dios y por la Iglesia. Pero es una situación muy injusta: se aprovechan de ellas”, expone.

Una feminista en el Vaticano

Una feminista en el Vaticano

“Es una realidad bastante extendida en el Vaticano, que contradice cualquier forma de igualdad entre hombres y mujeres. Porque mientras hay muchísimas mujeres que se dedican a servir a curas, no hay ningún sacerdote que ayude a las mujeres”, incide.

Ahora sus denuncias van más allá. Ha rescatado del silencio los casos de violencia y abusos de miembros del clero hacia las religiosas que, en no pocas ocasiones, han sido clasificados por las jerarquías eclesiásticas como relaciones románticas cuando se trataba, en verdad, de relaciones impuestas por un hombre con poder a una mujer que no lo tiene.

“Las monjas abusadas temen que si denuncian el delito su congregación o su orden será castigada. Las congregaciones de religiosas, normalmente, no tienen dinero, y los sacerdotes son los que controlan la parte financiera, por eso dependen de ellos para financiarse. Tienen un poder total sobre ellas”, apunta.

Además, pone la atención sobre otro grave problema derivado de las violaciones a monjas. “Las mujeres tienen otra especificidad, los niños. Muchas religiosas abusadas quedaron embarazadas y fueron obligadas a abortar por sacerdotes y obispos que se lo pagaron”, lamenta. “Esto no es nuevo. Fue denunciado por dos religiosas madres superioras en los años 90. Pero la Iglesia, teniendo las pruebas, no hizo nada. Dejó que esto cayera en el olvido”, agrega.

Lo más grave es la impunidad que ha reinado en estos casos: “Hay muchas religiosas que han contado que han mandado denuncias a los superiores que viven en Roma, sin haber obtenido nunca una respuesta. Es el mundo al revés. Los abusadores se han sentido seguros y continuaron haciéndolo porque sabían que no iban a ser castigados”, alerta.

#MeToo en el Vaticano

Una feminista en el Vaticano

Una feminista en el Vaticano

Pero las cosas están cambiando. “Es cierto que hay religiosas que todavía están ligadas a antiguas costumbres de obediencia y que son casi súbditas, pero cada vez hay más que se rebelan ante esta situación y quieren ser tratadas con respeto”, expresa.

El Vaticano ha vivido en la última década su propia revolución #MeToo. Prueba de ello es una cascada de denuncias de monjas que han perdido el miedo: “El número es tal que es difícil ocultarlo. Las mujeres consagradas han conquistado seguridad en sí mismas. Los episodios de rebelión abundan. Ya no aceptan condiciones vergonzosas de explotación y humillación”, explica Scaraffia.

El problema de los abusos a monjas por parte del clero es tan evidente que hasta ha sido asumido por el propio pontífice. “No es algo que todos hagan, pero hay sacerdotes y obispos que lo hicieron, y aún lo hacen”, admitió en el vuelo de regreso de su viaje a Emiratos Árabes Unidos.

Aunque esta revolución, por desgracia, no ha llevado pareja la escucha por parte de los altos cargos de la Iglesia. “Hay que restituirles a las religiosas su dignidad. Creer en sus denuncias. Y cuando se pone en acto un abuso de poder, entender que no es una relación romántica o amorosa, sino una prepotencia violenta”, señala la prestigiosa pluma del periódico de la Santa Sede.

Su currículum ha tenido altibajos de fe, aunque hoy es una ferviente católica. En su juventud clamó por la libertad en las filas de los revolucionarios del mayo francés del 68, y hasta llegó a definirse marxista y atea.

Por los pasillos del palacio apostólico se susurra que el papa tiene muy en cuenta su opinión, que suele ser replicada en editoriales del New York Times, Le Monde, Le Figaro o El País. Considera al pontífice como una persona “de extrema inteligencia”, que está afrontando “con valentía” dos de las lacras que han devastado la imagen de la Iglesia: los escándalos de abusos sexuales a menores y la invisibilidad de las mujeres.

“Francisco los define como abusos de poder sobre los débiles, en este caso, los niños y las mujeres”, ilustra Scaraffia. Sin embargo, no le basta con que el papa haya colocado a mujeres en puestos directivos de las instituciones del Vaticano. “Más que eso, las mujeres esperaban ser escuchadas por el pontífice. Elegirlas para que ocupen altos cargos no resuelve nada, porque siempre premian a las más obedientes”, reivindica.

Preguntada sobre cómo debería cambiar la Iglesia para que las mujeres estuvieran en igualdad de condiciones con los hombres, su respuesta es clara: “casi nada”. “No hay ninguna ley que impida a las mujeres participar en las comisiones o en esta especie de senado creado por el papa, para que le apoye en sus decisiones”, determina con convicción.

Scaraffia fue una de las mujeres invitadas al sínodo de obispos, una reunión episcopal en la que se decide el futuro de la Iglesia, pero en la que solo votan los hombres. Su experiencia fue funesta: “Las mujeres son tratadas de forma indecente”.

Está en contra del sacerdocio femenino, pero defiende que haya mujeres cardenales que tengan voto en el cónclave, el proceso por el que se elige al sumo pontífice. “No es algo fuera de la ley. En la historia ha habido muchos cardenales que no eran sacerdotes”, defiende.

Ella es la cara de la revolución feminista en el Vaticano. “Amo a la Iglesia y trabajo por ella, si no, no resistiría”, concluye.