Julio Zachrisson ( 1927–2021) más que un artista: fue un territorio. En sus obras, que oscilaban la pintura, escultura y el grabado, cabían el Caribe y el barroco, la ironía y la fe, el recuerdo de su natal San Felipe (ciudad de Panamá) y la locura de Madrid (España). Su trabajo - inabarcable, grotesco, tierno- levantó un puente entre Panamá y el mundo, y ahora regresa, desde la pantalla, en El Brujo: Julio Zachrisson, un largometraje que captura la amistad entre el mítico grabador y un grupo de jóvenes cineastas que decidieron mirar de frente al maestro sin miedo a los mitos.

Entre ellos está Tomás Cortés, productor, director de fotografía de la productora Cine Animal y coautor de esta travesía. Durante esta entrevista la voz de Cortés, retrata a un Zachrisson que deja de ser figura de museo y se convierte en lo que siempre fue: “un hombre lleno de historias, de humor, de un acento que ni los años ni los océanos lograron borrar”.

El descubrimiento de un brujo

“De niño no lo conocí. Escuché hablar de él por primera vez cuando tenía 24 años”, recuerda Tomás. Fue Félix ‘Trillo’ Guardia, el director de la película, quien le habló por primera vez de ese artista excéntrico cuya obra dormía en la sala de su abuela. “Desde entonces me generó mucha intriga. Empecé a buscar información, aunque encontré muy poco sobre él. Cuando finalmente lo conocí, me encontré con una persona inmensa, un artista y un ser humano vasto, lleno de historias, sabiduría y anécdotas. Podías hablarle de cualquier tema y siempre tenía algo fascinante que contar”.

Cortés no habla de idolatría. No se refiere a Zachrisson como héroe, sino como presencia. “Nunca lo consideré un héroe. Tampoco lo idealizaba. Pero ahora, ya con la película terminada, podría decir que sí lo es. Más que un héroe, diría que fue un maestro”.

El Brujo y sus discípulos: Julio Zachrisson en el cine

Foto: Cortesía/Cine Animal

La luz ante la oscuridad

Lo que más lo conmovió fue su manera de sobrellevar la ceguera. Zachrisson perdió la vista en los últimos años de su vida, pero nunca perdió la risa. “Su actitud ante esa situación me pareció profundamente admirable. Verlo en ese momento de su vida, con la serenidad y la buena disposición que tenía, fue una lección enorme. A pesar de lo difícil que debía ser, nunca se dejó vencer por la depresión. Mantuvo una actitud luminosa ante la oscuridad”.

Ese contraste -la sombra y la claridad- atraviesa toda su obra. En sus grabados, como en su vida, el horror y la belleza conviven sin disculpas. Y eso, dice Cortés, fue lo que intentaron retratar: “Más que contar su historia, queríamos mirar a través de su mirada, aunque él ya no pudiera ver.”

El maestro que puteaba

“Sí. Me encantaba que nos puteaba todo el tiempo”, confiesa. “A veces lo hacía con un cabreo real, y otras con una intención más profunda: empujarnos a crecer.”

En esas explosiones había cariño. Julio los retaba como quien enseña a caminar sin soltar la mano. “Con el tiempo entendí que, en el fondo, su exigencia era una forma de apoyo. Su intención siempre fue mantener viva esa motivación en nosotros”.

De él aprendió la perseverancia, el instinto de seguir creando pese a todo. “Julio experimentó con todo tipo de materiales y formas de expresión. Me enseñó a no tener miedo de probar, a seguir haciendo lo que deseas con toda la convicción posible”.

El Brujo y sus discípulos: Julio Zachrisson en el cine

Foto: Cortesía/Cine Animal

Radiografía del alma

Para Tomás, El Brujo es una película que camina entre la biografía y la revelación. “Es una biografía y, al mismo tiempo, una radiografía. Porque una buena biografía, en el fondo, siempre es una radiografía: no solo cuenta los hechos, sino que revela el alma del personaje”.

En la pantalla, el documental no busca entender a Zachrisson, sino sentirlo. Sus gestos, su voz, sus silencios, las pausas largas entre una broma y un recuerdo. “Lo que vibra en la película es ese lazo invisible entre personas que se quieren y se inspiran mutuamente”.

El último panameño de antes

A pesar de vivir más de medio siglo en España, Zachrisson seguía siendo profundamente panameño. “Tenía una forma de hablar muy panameña, pero de los viejos, de los de antes. Ese ritmo, ese cantadito. Era una manera de expresarse que ya casi no existe.”

Tomás lo recuerda con humor y cariño: “Era un gozón, un bromista. Le encantaba relajar, echar cuento, hablar por horas. Creo que su manera de hablar reflejaba una Panamá que ya casi no existe”

Por eso, dentro de la película lo que el público encontrará no será solo el retrato de un artista, sino el eco de un país que sobrevive en su voz.

Julio Zachrisson fue -como diría Trillo- un brujo de la condición humana: un alquimista que encantaba y horrorizaba en igual medida.

Y ahora, gracias a sus discípulos, su hechizo sigue vivo, grabado en la memoria de una generación que aprendió de él la lección más sencilla y más grande: que “el arte, aunque no sirva para nada, sigue siendo imprescindible”.