Hace poco vi el documental La voz de Makayla: Una carta para el mundo, una historia sencilla y poderosa que me recordó algo que a veces olvidamos: comunicarse es una necesidad humana, no un lujo.
No se trata solo de hablar. Se trata de expresar lo que somos, lo que sentimos, lo que necesitamos. Y para muchas personas no hablantes —como Makayla— la voz no siempre sale por la boca, pero sí puede salir por las manos, por imágenes, por señas, por una pantalla o por un gesto.
En el día a día de mi trabajo con niños con neurodivergencias, veo lo mismo una y otra vez: la ansiedad, el aislamiento y la frustración que pueden sentir cuando no tienen herramientas para comunicarse. A veces, con solo aprender una seña, algo hace clic en ellos. Un gesto sencillo puede abrir una puerta enorme. Por eso existen los sistemas aumentativos y alternativos de comunicación, como los pictogramas, los tableros de letras o la lengua de señas. No para reemplazar la palabra, sino para que exista comunicación, de la forma que sea posible.
Y sin embargo, muchas veces los primeros que tenemos miedo somos los adultos. Hay padres que temen que si su hijo aprende con pictogramas o lengua de señas, nunca hablará. Es un miedo comprensible, pero equivocado. Enseñar a comunicarse no le quita oportunidades al lenguaje verbal: le da oportunidades a la vida.
Cuando a un niño se le niegan estas herramientas por miedo, lo que realmente se le niega es la posibilidad de decir “tengo hambre”, “me duele”, “no quiero”, “te quiero”. Y eso, digámoslo claro, es injusto.
Pero no solo se trata de los niños no hablantes. También se trata de nosotros. De los adultos. De todas las personas que habitamos este mundo tan diverso. ¿Y si enseñáramos a todos, sin excepción, algunas señas básicas? ¿Y si en vez de solo pensar en “su problema” pensáramos en “nuestra oportunidad” de incluir?
En varios parques de Panamá ya se usan pictogramas para orientar. Algunas escuelas los han empezado a integrar. Incluso en espacios públicos como aeropuertos y estadios, se están creando entornos más accesibles. Cada pequeño gesto cuenta. Poner pictogramas en una oficina, aprender unas señas básicas, enseñar a nuestros hijos a comprender formas distintas de hablar: todo eso también es amor.
Porque incluir no es solo permitir el acceso: es hacerlo posible y significativo. Es mirar más allá de lo evidente y preguntarnos si todas las personas están realmente siendo escuchadas.
La gran lección que me deja Makayla, y que veo cada día en los niños con los que trabajo, es esta: cuando abrimos caminos para que todos se comuniquen, descubrimos hasta dónde pueden llegar.
Y, créanme, es mucho más lejos de lo que imaginamos.
* La autora es licenciada en Fonoaudiología con más de 15 años de experiencia trabajando con niños con diversas neurodivergencias. Directora de Integrapanama.org y consultora experta de Método Tomatis.
* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.

