Para muchos, estos meses han sido una oportunidad de tomar un descanso, inventar algún negocito y poner sus manos a la obra.

Hemos presenciado cómo se han activado varias cocinas de casa. Entre galletas, brownies y hello dollies, han salido propuestas que amplían la oferta gastronómica con la que ya cuenta nuestro país multicultural.

Una de ellas es mi vecina, quien empezó a vender pupusas. Un plato salvadoreño que sirve de desayuno, almuerzo, cena o snack. Son como una arepa rellena en medio pero flat como una tortilla.

Las había conocido cuando fui a El Salvador y veía pupuserías en cada esquina. Allá las comen enteras con encurtido y salsa. Acá yo las corto en cuatro triángulos y los pongo en el centro de la mesa. Y todos los viernes echamos cuentos y nos la comemos como si fueran picadas. Y así empezaron “Los Viernes de Pupusas” en casa gracias a La Cocina de Gava y Pepi.

Cada viernes que subíamos a buscarlas, veíamos a la vecina más ajetreada. Llegó el momento en que la cocina de su apartamento y las dos manos que aplaudían las pupusas no se daban a basto. Por insistencia de mi novio, ella terminó visitando la cocina de mi negocio. Y después, de definir varios puntos, ¡tenía una Kitchen Roomie!

Les confieso que al principio, dudé si quería darle acceso a mi cocina, a mis cosas. Si quería tener a una intrusa; todos los días en mi segundo hogar. Llevo ya varios años manejando la cocina a mi gusto. Y tener a alguien que solo conozco como; la vecina, la esposa del señor que se estaciona a lado, la mamá del niño con que jugaste una vez en el elevador; me daba un poco de inquietud. ¿Y si esa mujer que se ve buena gente resulta no ser tan buena gente?

Así que me dije: voy a hacer un acuerdo por escrito. No sólo incluiría la parte monetaria de alquiler, pero también las responsabilidades, accesos, repartición de gastos en común, uso del equipo, entre otros. Cuando se lo mandé, pensé que se asustaría. Pero más bien me hizo comentarios para afinar ese acuerdo. Y por si acaso, solo por si acaso, ese acuerdo se convirtió en un contrato.

¿Por qué un contrato? Porque allí queda todo lo acordado plasmado en papel. En el día de mañana, no quiero pelearme con la vecina por algún desacuerdo o por plata.

Negocio es negocio. Y amistad es amistad. Aunque mi sexto sentido me decía que esto resultaría, no podemos manejar un negocio con base en impulsos.

Y así es. Ya después de más de dos meses de convivir con mi kitchen roomie, puedo decir que nos hemos ayudado a sobrevivir esta pandemia. No sólo en el alivio de tener con quién repartir gastos, también en el apoyo moral y alegrar el día a día. Ella me asusta para divertirse y yo le canto y aplaudo [las que alguna vez han visto cómo se hace una pupusa, me entenderán] cuando veo que le faltan ánimos.

Aún no nos hemos peleado peleado, pero hemos tenido nuestros momentos de “no me hables en este momento”. Pero así mismo es con todo el mundo que he convivido de cerca. Lo bueno es saber respetar ese espacio. Y saber cuándo la otra persona necesita un consejo, un susto o un aplauso.

Todos estamos batallando para salir de esta crisis. Y quizás podría pasarme 12 horas al día horneando para sobrevivir y poder mantener el negocio a flote. Pero he aprendido que es más fácil salir de esta remando en equipo que yo sola en mi barquito.

La autora es propietaria de Sano Pecado.