Hace dos semanas Pablo Alborán se volvió tendencia en Twitter. La mañana del 17 de junio su cara estaba en la mayoría de las historias de mi Instagram. Algunas de estas venían con el emoji de los aplausos y otras con algún mensaje corto como “¡qué valiente!”.

El cantante español subió un video a Instagram con la siguiente descripción: “tengo algo que deciros…”. Al inicio pensé que se trataba de algún pronunciamiento relacionado con el clima político que estamos viviendo. Pero era un mensaje más personal. Alborán había decidido ‘salir del clóset’.

Su tranquilidad y calma evidenciaban que era una decisión de la que se sentía seguro. Tomaba un gran paso para mostrar al mundo una de las partes más profundas de su vida, pero también lo hacía para apropiarse de esa misma libertad que profesa en sus letras y en su música. Sin embargo, en ese mismo instante, me surgieron varias preguntas. ¿Aún es necesario salir del clóset? ¿Es seguro? ¿Vale la pena?

Efectivamente, como dice Alborán en su video, no todas las personas LGBTQ (lesbianas, gais, bisexuales, trans, queer) tienen la misma suerte de tener una familia que les acepte y les quiera sin importar su identidad de género u orientación sexual. No todas las personas LGBTQ pueden vivir sin miedo al salir a la calle, al ir a la escuela o al estar en sus espacios de trabajo.

Entonces ¿por qué hay quienes decidimos ‘salir del clóset’? Puede haber respuestas distintas para muchas personas; pero, para mí, hay dos palabras que resumen mi experiencia personal: aceptación y visibilidad. Aún así, estar dentro o fuera del armario va mucho más allá de lo blanco y negro.

Un recorrido histórico Salir del clóset es una metáfora y la forma más popular para referirnos al proceso mediante el cual una persona revela su identidad de género u orientación sexual. Hace referencia a revelar un ‘secreto’ que ha estado guardado por mucho tiempo.

Fue un acto que ganó popularidad entre las lesbianas y los gais durante las décadas de 1960 y 1970, años en que se gestaron los movimientos de liberación homosexual en países como Estados Unidos, Argentina y México. Esta práctica se convirtió en una estrategia usada por las personas y asociaciones LGBTQ que se atrevieron a hacer sus identidades públicas para ganar visibilidad, emprender procesos de liberación y reivindicar sus derechos dentro de las sociedades altamente heteropatriarcales de la época.

En otras palabras, para pertenecer al movimiento e incidir en el espacio político era necesario reconocerse como homosexual.

Pero, con el desarrollo de nuestro conocimiento de la diversidad sexual, también se ha trasladado a otras experiencias en las que el reconocimiento es importante. Así, durante la década de 1980 revelar (¿salir del clóset con?) el estado serológico positivo se convirtió en un acto sustancial para la resistencia contra la pandemia —y para denunciar la respuesta gubernamental casi nula— del VIH/Sida. Y, más recientemente, se ha posicionado como un evento público y personal que busca visibilizar la existencia y el valor de las vidas trans.

De esta manera es posible ver la forma en que, aún con el desarrollo de las movilizaciones LGBTQ a nivel mundial, el reconocimiento de derechos para el colectivo y la creciente aceptación de las personas que pertenecen a esta población, el acto de salir del closet se ha mantenido como un tipo de rito de paso o un acto de resistencia. Para muchas personas, expresar en voz alta su identidad de género u orientación sexual es el inicio de un viaje de aceptación e incluso un camino hacia la construcción de una identidad personal.

Sin embargo, el clóset supone un gran problema. Alrededor de esta famosa frase se encuentra una constante dicotomía entre luz y oscuridad, libertad y represión y, evidentemente, entre el afuera y el adentro. ¿Es el clóset realmente un lugar oscuro? ¿Se consigue vivir con libertad luego de salir a ese espacio público que llamamos ‘afuera’? Las noticias de diversos países demuestran lo contrario. No siempre el mundo exterior es más claro o brillante.

Lo que he aprendido en los meses en los que me he dedicado a estudiar el género y la sexualidad es que las situaciones no pueden clasificarse por medio de dicotomías. Los dualismos suelen ser contraproducentes para entender a las personas y sus experiencias.

Así como la bandera del arcoíris que caracteriza al colectivo LGBTQ, tanto el género como la sexualidad tienen una diversidad casi infinita que se resiste a ser clasificada. Para muchas personas, salir al mundo puede ser incluso una experiencia aún más oscura. Salir del clóset sigue siendo un gran reto en varios países del mundo que, en la mayoría de los casos, viene acompañado por la discriminación y el rechazo de la sociedad heterosexista.

¿Decirlo o no? Mi experiencia de reconocimiento como hombre homosexual fue peculiar. Tuve que contarles a mis papás mi orientación sexual en tres ocasiones diferentes. A los 13, a los 15 y, finalmente, a los 17. Creo que estaban en una etapa de negación de larga duración. Cada una de esas veces parecía ser la primera. El proceso siempre iba acompañado por el llanto, la culpa y por una especie de duelo que solía terminar con la pregunta “entonces ¿no seré abuela?”.

Entiendo que para los padres no es fácil aceptar la homosexualidad tan a la ligera en un país como Panamá, en el que el machismo y la homofobia están muy presentes, aunque las personas del universo de Twitter digan que no. Aún así, sentí una desmesurada necesidad de hablar sobre mi orientación sexual en un momento en el que, debido a la estigmatización alrededor del tema, todavía me costaba pronunciar las palabras “soy gay”.

Pensaba que tenía que pasar por el acto performativo de pronunciar aquellas palabras para liberarme del peso de un ‘secreto’ que no me dejaba explorar mi identidad personal en su totalidad. Para mí, la importancia de revelar abiertamente mi orientación sexual se resumía en un viaje de aceptación personal. Al poco tiempo me di cuenta de que mi experiencia con mi papá y mi mamá no era tan peculiar.

La revelación de la identidad de género y orientación sexual no sucede una sola vez. De hecho, hay quienes ‘salen del clóset’ múltiples veces en los distintos escenarios de su vida.

Aún así, como yo, hay una gran cantidad de personas que han reportado la salida del clóset como uno de los eventos más significativos para emprender el camino hacia la aceptación de su homosexualidad. Pero no todas las personas tienen ese privilegio ni esa misma suerte.

Vivimos en un mundo en el que todavía existen países que penalizan la homosexualidad. Además, solo basta con hacer un recorrido por los periódicos de América Latina para darnos cuenta de que a las personas trans no les va mejor.

En los últimos meses, se han reportado varios casos de mujeres trans que han sido asesinadas por vivir su identidad de género con orgullo.

En pleno 2020 hay gais, lesbianas, personas trans, queer y no binarias que tienen que dejar sus hogares porque sus familias no pueden aceptar su diferencia.

Aunque estar afuera del armario sea una experiencia de liberación y de orgullo para muchos y muchas, la discriminación y la persecución siguen siendo partes sustanciales de varias narrativas LGBTQ en el mundo.

Entonces, a pesar de que el autoreconocimiento de la disidencia sexual sea un acto personal, e incluso político, no todas las personas tienen la misma posibilidad. Por eso, no todas tienen por qué hacerlo. Salir del clóset no es ni un requisito ni una obligación para ser parte del colectivo. A pesar de que la utopía es que llegue un momento en el que nadie sienta la necesidad de ‘salir del clóset’, es necesario entender que cada persona tiene su propio proceso y eso está bien.

Sin embargo, como mi intención es justamente reconocer la diversidad alrededor del acto de ‘salir del clóset’, vale la pena destacar que las experiencias LGBTQ van mucho más allá del deber o del dualismo entre el bien y el mal.

Quienes decidimos hablar abiertamente sobre nuestra orientación sexual lo hacemos, en primer lugar, por nosotras y nosotros. Pero al final nos damos cuenta de que, en una escala más grande, también lo hacemos por todas aquellas personas que no pueden. Así como sugiere Alborán en su video de Instagram, el salir del clóset también sirve como un acto de resistencia y de visibilidad para decir: “Existimos. Estamos aquí”. No somos héroes ni heroínas por decir abiertamente quiénes somos, pero tal vez ese acto de ‘salir’ al mundo y vivir nuestras identidades con orgullo pueda ser justo lo que otra persona necesita para saber que no tiene nada de malo ser una persona LGBTQ.