En muchos hogares, los padres dedican horas a estudiar con sus hijos. Los ven entender los temas, responder con seguridad y mostrar interés. Sin embargo, cuando llega el momento del examen, algo cambia: el niño se bloquea, olvida lo que sabía o simplemente no puede expresarlo.
Esta situación, más común de lo que parece, no siempre tiene que ver con falta de estudio, sino con la forma en que evaluamos el aprendizaje.
No todos los niños aprenden —ni demuestran lo que saben— de la misma manera. Algunos niños pueden sentirse presionados cuando se les pide exponer frente al grupo, escribir durante largos periodos o resolver exámenes en un ambiente con ruido o distracciones.
En esos casos, lo importante es recordar que el objetivo de una evaluación no es medir cuánto soportan el estrés, sino cuánto han aprendido.
Ahí entran los ajustes razonables: estrategias que permiten que cada niño muestre sus conocimientos en condiciones que se adapten a sus necesidades sensoriales, motrices o emocionales.
Por ejemplo, si un estudiante tiene dificultad con la escritura, se puede evaluar su comprensión de forma oral. Si se pone nervioso frente a sus compañeros, puede responder en un entorno tranquilo, sin público. Incluso un video grabado en casa, donde el niño demuestra su aprendizaje de manera natural, puede servir como evidencia válida para valorar su progreso.
Ajustes razonables vs. adecuaciones curriculares
Aunque suelen confundirse, no son lo mismo. Las adecuaciones curriculares modifican los contenidos o las calificaciones.
En cambio, los ajustes razonables respetan el mismo nivel de exigencia académica, pero cambian la forma en que se presenta o se demuestra el aprendizaje.
Es decir, no se baja el nivel: se ajusta el camino para que el niño llegue a la meta de manera segura y sin ansiedad.
El entorno también enseña
El espacio donde el niño aprende influye tanto como el contenido. Un aula pequeña, sin exceso de estímulos, favorece la concentración y la participación.
En cambio, los ambientes con mucho ruido, luces intensas o grupos muy numerosos pueden ser abrumadores, sobre todo para los niños con perfiles sensoriales más sensibles.
Por eso, la personalización del entorno y del ritmo de trabajo no es un lujo, sino una necesidad educativa real.
La clave: un aprendizaje significativo y sin miedo
Cuando los niños se sienten tranquilos, comprendidos y respetados, se atreven a responder, a preguntar y a equivocarse sin temor.
La evaluación deja de ser un momento de angustia y se convierte en una oportunidad para confirmar lo aprendido.
Eso es lo que realmente importa: que el conocimiento permanezca, que el aprendizaje sea genuino y que los niños puedan disfrutar el proceso sin sentirse juzgados.
* La autora es licenciada en Fonoaudiología con más de 15 años de experiencia trabajando con niños con diversas neurodivergencias. Directora de Integrapanama.org y consultora experta de Método Tomatis.
* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.

