Cada vez que escuchaba a mi abuela Petra decir frases que tenía que interpretar para poder entenderla, sentía que jugaba con las palabras en mi mente.

Me llamaba la atención cómo ella se consideraba “bruta” porque nunca aprendió a leer ni escribir. Y de “bruta” no tenía ni un pelo. Así que sus enseñanzas venían de lo que escuchaban de otras personas y su propia creatividad al conectar palabras con hechos o situaciones. Era el lenguaje de las comadres, los familiares y, sobre todo, de la vida misma.

Escuchar a mi abuela Petra hablar era como aprender una lección de filosofía, historia, cultura y valores. Su riqueza lingüística era sencillamente fascinante. Es más, mi abuela no hablaba solo con palabras sueltas. Eran más bien frases largas que hacían pensar. Solamente con que dijera: “Ah, mundo un palo decía una mona a medio llano corría de los perros”, yo tenía que entender que se refería algo que era el colmo de los colmos. Y otra frase que decía también era “el que nunca ha visto iglesia, en un horno se persigna.” ¿Qué quería decir? No se refería a solo una iglesia o religión, en verdad.

Pero era obvio que tenía muchas otras frases, especialmente las relacionadas con la cocina. Si ella decía que el arroz no tenía ni un “ojito” de manteca, era que el arroz estaba seco. Si decía que a los almojábanos no se le sentía el queso “ni del lado del viento” ya tenía que interpretar que estaban simples o malos. Cuando decía “no hay más tuza que la del maíz”, era como decir “no hay otra solución o remedio”. Si un procedimiento no era fácil o sencillo, solo decía: “no es soplar y hacer botella”. ¿Y qué era un “cuartillo de maíz? Solamente me parece oír que decía ¿Y vos no ‘sabés’ que es un cuartillo de maíz? No, ni las ceretas de bienmesabe, ni los ataos de dulce, ni el guineo pasa’o, ni el suripico. Pero después aprendí que eran esas palabras y otras más.

Una vez dijo “eso es más viejo que los Caminos Reales”, y claro está, yo me preguntaba qué eran los Caminos Reales. ¿Cuántas personas saben dónde están esos caminos? Ni hablar del clima y las horas. En su pueblo de Dolega no había luz ni agua potable, pero ella se levantaba de madrugada y sabía qué hora era solo con ver el cielo. Si alguna vez decía que había despertado cuando “el lucero de la mañana estaba claro” significaba que estaba amaneciendo y se hacía tarde. Solo ver su sombra durante el día le indicaba qué hora era. Mi abuela estaba pendiente del cielo. Las lluvias impedían que se secara el café o la masa de los panecitos. Cuando decía que iba a “llover chuzos” era que la lluvia venía fuerte. Y claro está, mis tíos eran otra historia. Tío Luis decía:“la grulla no es pájara mansa” cuando hablaba que la vida no era fácil.

La riqueza verbal y cultural en mi entorno venía de esas personas que interpretaban el mundo a su modo y en sus términos. Me hizo entender que todo se origina en qué y quienes nos rodean. Tal vez descuidamos las lecciones sencillas, las que hacen que todo tenga sentido una vez empezamos una escuela y el logro de grados universitarios. Sin embargo, nada reemplaza al aprendizaje que se obtiene en nuestro micro cosmos, en la cultura que nos rodea.

Llegar a entender los grandes escritores, poetas, ensayistas, investigadores y cualquier otra persona que utilice las palabras para dar a conocer la vida y sus misterios puede empezar en las reuniones bajo la luz de la luna en una noche de verano. Y es por ello que recuerdo vívidamente cuando mi abuela, tías y primos nos contaban cuentos de noche (“echar tallas”, le decían) cuando nos alumbraba una guaricha o una fogata y los mosquitos molestaban. No sabía entonces que estaba imaginando mundos y creando conocimiento. Mi abuela Petra era la maestra, la narradora detrás del humo de su cocina, las hojas de bijao, el pilón y el fogón de tres piedras.

Y es ahí en el sortilegio de las palabras, en el encanto de las historias y las frases entretejidas con sabiduría y conocimientos que he podido encontrar la esencia misma de mis orígenes y cultura. Y como decía abuela Petra: “el tiempo que se va no vuelve, y si vuelve no es el mismo”. Debo de pensar que el mundo no sería el mismo sin las frases y dichos de abuela Petra. El “saber del pueblo” es valioso y hay que mantenerlo. Que el tiempo y las historias no pasen y desaparezcan sin antes aprender de ellas.